De día, pasean por la calle. Dormitan en los bancos. Escuchan a la gente que pasa. Algunos piden, otros intentan buscarse la vida aparcando coches, también los hay que sacan algo vendiendo su metadona. Sobreviven. Lo peor llega por la noche.

Cuando oscurece, recogen sus cosas y se refugian en los soportales, cajeros o coches abandonados. Buscan un rincón y, cubiertos por mantas, se preparan para soportar las temperaturas más bajas del gélido invierno. Son las personas que no tienen casa, los ciudadanos invisibles: un centenar de personas según los últimos datos.

"Lo peor llega por la noche, a las cinco, seis de la madrugada", explica José, "hace un frío que no te lo puedes ni imaginar". José tiene más de 60 años y hace varios que duerme a la intemperie, en la plaza de los Patines. Para él, al igual que para la mayoría de personas que viven en la calle, conservar sus escasas pertenencias es la mayor de sus obsesiones.

"Yo tenía un par de guantes, creo que me lo han robado", dice, con un sólo guante puesto, mientras va preparando su rincón para dormir a cubierto, en el Passatge Particular Antoni Torrandell. Otros dos compañeros de fatigas ya están durmiendo y otro también está trasladando sus cosas. Las llevan encima siempre; allá donde van ellos, allá van sus cosas.

En ese momento, oyen una voz amiga.

Son las once de la noche de un lunes de invierno y alguien les pregunta "¿cómo estás?". Son los técnicos de Cruz Roja, ángeles de la guardia de los sin techo, que, noche tras noche, desde hace más de diez años, hacen su ronda palmesana buscándoles, ayudándoles, escuchándoles y dándoles algo de calor, ya sea con una palmada en el hombro, con una manta o con una taza de chocolate o café.

Estos minutos de atención es lo que más valoran los usuarios de las Unidades Móviles de Emergencia Social (UMES). "Hay personas que quizás pasan 24 horas sin hablar con nadie", explica Hugo Cozar, trabajador social que lleva más de tres años a bordo de una UME. Tanto él como su compañero, el monitor Luciano Dot, han notado que con la crisis hay más gente por las calles, sobre todo "más jóvenes y más inmigrantes", pero el grueso de su ronda nocturna se centra en los grupo de veteranos como José.

José hace ya muchos años que vive en la calle y es difícil que le muevan de allí. En su caso concreto, él forma parte de la plaza de los Patines, ya es casi una leyenda, gracias a un blog que le han hecho unos jóvenes conocidos y a su pasado como artista de la canción, que José recuerda minuto tras minuto. Él no quiere ir a los refugios porque tiene miedo a que le roben. A Carlos le pasa lo mismo.

"En un albergue me lo van a robar todo", dice Carlos, "en la calle no, porque lo llevo todo encima y siempre estoy con una oreja puesta y un ojo abierto". Carlos habla mientras arregla sus cosas, que transporta en un carrito de supermercado. Acaba de volver de rebuscar en la basura de unos grandes almacenes y enseña a José el botín conseguido: yogures, snacks salados, bollos... Este joven llegó hace un año de Canarias y cree que "la basura de allí era mejor".

"Hambre no pasamos", asegura José para quien lo peor es el frío de la noche. Cuando se levanta por las mañanas, recoge y se va a la plaza de España. "Allí duermo en el banco que quiero", apunta, "luego, voy a las Capuchinas y me dan un bocadillo".

Para Carlos, el día se resume en "caminar, ir a las iglesias, pedir dinero, coger colillas del suelo... lo que sea, menos robar", narra este hombre de 38 años que se define a sí mismo como "el rey del punk" y que duerme en la calle porque su familia no ha querido acogerle. Ha trabajado de todo (cocinero, restaurador, con productos químicos...), pero ahora "se busca la vida" en la calle.

La falta de una familia en la que apoyarse, alguna enfermedad mental, una ruptura matrimonial, una desgracia familiar, una adicción (al alcohol, en "el 99,9% de los casos"), un negocio que sale mal... los factores que empujan a una persona a vivir en la calle suelen ser bastante similares y, en realidad, pueden sucederle a cualquiera.

Hugo y Luciano dan cada noche un pasito para re-acercar a estos usuarios a la sociedad. Con José, la batalla se centra ahora en conseguir que se duche. Gracias al servicio de UME diurno recién estrenado, ellos mismos se ofrecen a acompañarle por la mañana a las duchas públicas del comedor de Patronato Obrero. La lucha no es fácil: José hace más de un año que no se ducha.

Esta pequeña comunidad sufrió un duro golpe hace poco, cuando Guillermo, otro de los compañeros, falleció. Vivir en la calle desgasta, cada día que pasa es como un año y Guillermo estaba muy mal. Alcoholizado buena parte del día, Guillermo no se refugiaba en los soportales ni siquiera cuando llovía. A principios de diciembre recibió una paliza. Tres días más tarde, murió. José siempre estaba con Guillermo y la pérdida le ha hundido aún más. José "se morirá de la tristeza", lamenta Hugo.

Tras la visita a la plaza de los Patines, Hugo y Luciano acuden a la llamada de un antiguo conocido: Javier. Él sólo tiene 22 años, pero también es un veterano de la calle ya que ha pasado más de dos años durmiendo en cajeros y coches abandonados de la zona de Camp Redó. No quiere ir a su casa por "movidas con la familia". Probó a estar en Ca l´Ardiaca pero le robaron y "pasa de volver". Desde hace unos meses vive con unos amigos en Corea, pero este lunes de invierno prefiere dormir en la calle porque sus compañeros "no paran de hacerle putadas".

Luciano y Hugo escuchan las historias de Javier como lo haría un amigo. El joven apenas puede abrir los ojos: está fumado, pasado de cannabis. Fuma porros desde los ocho y dejó de ir a la escuela a los 15. "El estudio no sirve para mí", ríe. Ahora sus días consisten en "estar en casa, tirado, en Corea; Me he criado allí, ¿qué quieren qué haga?". El dinero lo saca "de dónde sea y cómo sea". ¿Cuánto dinero tienes ahora en el bolsillo? "Cero patatero", responde.

Ahora Francisco tiene todas sus esperanzas puestas en el próximo día 4 de febrero. Ése día, Luciano y Hugo lo acompañarán a Proyecto Hombre. Javier quiere desengancharse. También quiere trabajar, "menos de albañil, de lo que sea".

Otra llamada. La furgoneta de Cruz Roja estaciona junto al comedor de Zaqueo. Bajo sus arcos, duerme Alfonso, totalmente cubierto por mantas. Este gallego de 43 años es licenciado en Ciencias de la Información y trabajaba en una televisión de su tierra cuando una ruptura matrimonial le empujó a dejarlo todo y apuntarse a la legión.

"Estuve en Bosnia y en África", cuenta mientras toma un chocolate caliente, "allí me enganché al opio". Después, vino a Mallorca por una mujer. Tuvo algunos trabajos, pero una empresa quebró, de la otra le despidieron... Hacía unos meses que estaba viviendo en un piso compartido pero esta noche de invierno ha vuelto a la calle. El motivo: "Una persona del piso ha muerto con metadona mía".

En todos los años que llevan Hugo y Luciano han escuchado y visto muchas historias así. Son cosas que marcan. Al terminar su jornada y meterse en la cama, los técnicos de Cruz Roja se dan cuenta de la suerte que tienen y cuando hace mal tiempo, piensan en seguida en cómo lo estarán pasando los usuarios. Los nombres utilizados en este reportaje son ficticios. Por desgracia, las historias son reales. Oscuras, tristes y reales.