Ningún mallorquín ignora que Maria Antònia Munar empieza su jornada con una visita a Llongueras, y que su concepto de "primera hora de la mañana" se aproxima al mediodía. El juez Javier Muñoz –que quiso imputar a Cañellas en el caso Calvià y a Matas en Operación Mapau– tampoco es ajeno a este comportamiento de su imputada, por lo que citarla a las diez de la mañana de un lunes encaja en la figura de ensañamiento judicial. En contra de lo que sostuvo en su feudo, la presidenta del Parlament no ha sufrido "pena de telediario", porque la polarización de la población en torno a su figura no puede modificarla ni su presencia en una temporada completa de Gran Hermano. Debió denunciar la "pena de peluquería", más sangrante cuando se sobrevive gracias a una estampa imperturbable. La propietaria de UM hubiera preferido que la llevaran esposada, a un horario más conveniente para sus rutinas.

El verdadero optimismo consiste en ver medio llena la botella vacía. Munar insistía ayer en la plenitud del envase, en medio de un embotellamiento jurídico. Citada a la hora en que se maquilla para ir a Llongueras, se presentó ante su público encantada de coquetear con el abismo, al igual que Matas necesitaba mirarse en el espejo de lo proscrito. A diferencia de la hipotecada Can Domenge, la diputada de UM no está lastrada por hipotecas morales. Ha decidido no tomarse a la justicia demasiado en serio, una ligereza que no garantiza la viceversa. No asistió a un trámite, sino a una batería de acusaciones en toda regla. Al trasladar su declaración sin preguntas ni respuestas al Parlament, Munar desafía al poder judicial desde su sitial en el poder legislativo. La conflagración entre poderes no debe ocultar que Can Domenge es sólo un espléndido negocio, la invención por parte de UM del Consell Inmobiliario de Mallorca.

En lugar de reconocerle la sangre fría de enfrentarse a las cámaras después de tres horas ante el juez, se le reprocha a Munar el lugar escogido. Si hubiera despachado los micrófonos en la Audiencia, se le achacaría interferencia en los mecanismos que han de juzgarla. La paradoja de la política más atenta a su presencia física es que tiene perdidas de antemano todas las batallas de imagen. Sólo es auténtica cuando alza la mano ante quienes la jalean y la denigran, como si indicara la altura a la que se eleva su implicación.

Pese a la enorme capacidad de simulación y disimulo de Munar, que le permite afrontar un calvario como si lo hubiera elegido, su situación le parece conceptualmente inadmisible. PP y UM crearon un sistema laberíntico de regulación urbanística, donde cada crimen les proporcionaba una coartada inexpugnable. No contaron con que cada coartada delataba simétricamente un crimen. Sus dispositivos protectores se les han vuelto en contra. Tampoco Antich ha sabido desactivar los dispositivos corruptos, por lo que algún día le estallarán en las manos. La clase política no extrajo las conclusiones oportunas del apresamiento de Eugenio Hidalgo hace tres años.

El PP balear se consagró a una corrupción megalómana que impresionara a los ciudadanos. En cambio, UM practicó una corrupción provinciana que no impresionara a los jueces. Can Domenge se salió de escala. El solar adyacente al Palma Arena –para que el simbolismo ronde la perfección– es el último regalo envenenado de Matas a Munar. El Govern popular alteró en primer lugar la legislación preexistente sobre subastas y concursos, que tanto preocupa al magistrado Muñoz. A continuación, el president le ofreció 16 manos inmaculadas de consellers conservadores, para que el vicio fuera compartido.

La vocación del PP por los desmanes urbanísticos le impulsa a involucrarse incluso en la corrupción ajena. Por si su cobertura legislativa fuera insuficiente, la sede de la Unión Temporal de Empresas favorecida por el Consell se halla en el despacho de Francesc Fiol, portavoz temporal de la derecha. Con unos mecanismos tan emponzoñados, el sorteo es la única forma limpia de adjudicar una obra pública en Balears.

El plebiscito callejero sobre Munar merece párrafo parte, porque se repite el riesgo de que los políticos consideren que sólo afecta a la odiada presidenta del Parlament. Los cachorros de Izquierda Unida deberían manifestarse contra sus dirigentes, que comparten prebendas y coche oficial con la imputada. En la derecha extrema, Munar está acostumbrada a la paradoja de verse abucheada por los causantes del desastre del PP en las elecciones de 2007, los mismos que le solicitarán cobertura parlamentaria en 2011. Sin embargo, los gobernantes han trasladado la impresión de que sólo atienden a los gritos. Esta crisis no va a preservar a las castas privilegiadas, encabezadas en Balears por quienes se han reservado la política como única actividad boyante.

Can Domenge ha destripado la confraternización culpable de técnicos u políticos. Abogados y arquitectos son tan serviciales que acaban asumiendo la autoría de los rentables desastres urbanísticos, sin respeto alguno por su capacitación profesional. Entre medias, el valor del solar ha descendido a cero euros, porque los querellantes de Núñez y Navarro no pagarían bajo ningún concepto los 60 millones que ofrecieron en plena burbuja.

Munar se presentó ante el Tribunal Superior en coche oficial –al igual que hiciera Camps en Valencia–, y se trasladó en el mismo vehículo desde la Audiencia al Parlament. Este despliegue de dióxido de carbono es más ofensivo que su pronunciamiento retador en la cámara. Además, traslada una enfermedad que afecta al espectro entero. La presidenta de más o menos honor de UM se proclamaba así incorregible, el residuo de su antigua inmunidad.