En la economía sumergida hay una sólida cadena de complicidades, que beneficia escandalosamente al falso empresario y lesiona en su médula al trabajador. Si los clientes se opusieran a pagar en negro, y aceptaran abonar el IVA, muchos chapuzas tendrían que legalizarse. Si los proveedores no suministrasen material a los centros clandestinos de trabajo, éstos no podrían funcionar. Si otros industriales no se prestaran a emitir facturas falsas para poder blanquear el dinero ilícito, y si algunos bancos y bufetes no colaborasen en la trama, tampoco habría cadena.