La crisis económica que estamos sufriendo no es meramente coyuntural. Afecta a chips básicos de nuestro sistema productivo que, en muchos de sus indicadores, no es ni competitivo, ni sostenible. La dureza de sus efectos, después de años sumergidos en un cuento de hadas, ha llegado hasta la misma estructura familiar: su economía, sus hábitos, sus valores. La crisis no es sólo económica, sino también social.

Es muy significativa la reducción de consumo de segmentos amplios de nuestra población. No sólo las clases bajas y medias bajas experimentan graves dificultades, incluso en sus consumos básicos. También sectores de clase media, hasta hace relativamente poco instaladas en un relativo bienestar, comienzan a experimentar dificultades.

La investigación adjunta refleja un preocupante descenso en los niveles de confianza de los ciudadanos respecto a la mejora de su economía familiar y de la general. No en vano la corrupción se percibe como uno de los principales problemas en nuestra comunidad, que disminuye la confianza en las instituciones democráticas en su labor de hacer frente a nuestra crisis socioeconómica.

Tenemos mimbres para construir un buen cesto, sabiendo que no es posible ni conveniente regresar a situaciones anteriores, y que las soluciones no llegarán caídas del cielo. Lo importante es que todos rememos, pero en la misma dirección.