La pequeña historia de Concepción L. se remonta a julio de 2006, cuando su banco de cabecera la ´obsequió´ con una tarjeta de crédito Platinum MasterCard. La fabulosa noticia derivó a los pocos meses en una Navidad de prestado, un agravamiento de su enfermedad y una pugna legal. Lo último, el juicio, se ha resuelto de forma favorable a los intereses de Concepción, explica la Asociación de Consumidores de las Islas Balears (ACUIB), encargada de su defensa.

Pero no anticipemos acontecimientos. Volvamos al mes de julio de 2006. En aquella época, la protagonista de la historia dispone de tres cuentas corrientes en diversas sucursales del Banco de Santander en Palma. Una de ellas está en desuso desde hace años y carece de fondos. En la segunda, la importante, donde recibe la nómina y una pensión de la Seguridad Social, dispone de un saldo medio de entre 1.000 y 2.000 euros. Con esta cantidad abona los recibos de la luz, el agua, el alquiler del piso y los gastos de dos tarjetas, una de débito y otra de crédito ´light´. La tercera cuenta la comparte con su hija menor.

A pesar de la economía modesta de Concepción, su entidad financiera le ofrece una tarjeta más, pero esta vez de las de aúpa: Platinum MasterCard. "Es la respuesta a las necesidades de quienes su ritmo de vida y compromisos les exige contar con un límite de crédito elevado", reza el folleto de MasterCard. No parece el producto más adecuado para una persona con 2.000 euros en la cartilla. Concepción aceptó.

El drama no se desencadena porque Concepción enloquece con su Platinum y se dedica a comprar en todas las tiendas de Jaume III. No. Según la demandante, el error se produce porque el banco vincula la Platinum a la cuenta olvidada, la de saldo ´cero´. Así, cuando la entidad financiera quiso cobrar la cuota de emisión de tarjeta, unos 90 euros, no encontró recursos. En vez de contactar con la clienta, decide cancelarle las tres tarjetas. Los pagos aplazados de la Platinum los ejecuta de una sola vez, y para ello le retira el remanente de las otras cuentas, incluida la de su hija. La mujer se enteró cuando hacía las compras de Navidad, el 22 de diciembre de 2006. Su saldo era de cuatro euros y 63 céntimos. Al día siguiente fue a reclamar a la oficina de la entidad, su director se negó a atenderla porque "se iba de vacaciones". A raíz de este suceso, Concepción empeoró de su síndrome álgido –transtorno depresivo y de afectividad acompañado de dolores en la columna–.

La juez de primera instancia del número 7 de Palma acaba de dar la razón a Concepción y ha condenado al banco a pagarle 6.000 euros.