Pasan varios minutos de la medianoche en la calle Rodríguez Arias de Palma. De repente, el estruendo. Como si de un terremoto se tratase, un ruido tremendo saca de sus camas a los vecinos de la zona. Cuando se acercan a las ventanas para ver qué ha sucedido se encuentran de lleno con la tragedia: parte de un edificio se ha venido abajo. Una nube de polvo blanco flota en el aire y apenas permite vislumbrar la magnitud del desastre. El aire se hace irrespirable durante el tiempo que el polvo permanece suspendido, un tiempo que a los vecinos se les hace eterno. De repente, entre la conmoción general, alguien reacciona. "¡Hay que llamar al 112, que alguien llame deprisa, que no tengo batería!", grita uno de los primeros vecinos que han bajado a la calle. El resto de residentes de la zona no tarda en seguir sus pasos. "Oí el ruido, me asomé a la ventana y creí que estaba soñando", relata Consuelo, una de las vecinas. No era sino el comienzo de la pesadilla.

En la primera línea del destrozo sobresale una foto de dos niños de comunión. Uno de los pocos restos del naufragio entre el mar de escombros. Entre ellos, bomberos, policías, familiares y vecinos trabajan a contrarreloj para retirar lo que hace tan sólo unos minutos eran vigas, paredes y techos. Ante ellos se levanta lo que queda del edificio: las paredes con sus cuadros, sus aparatos de aire acondicionado o una chimenea, en lo que hasta hace nada eran salones. Las dos terceras partes del inmueble, compuesto de una planta baja y otros tres pisos, se han convertido ahora en un triturado de tierra y piedras. Los dormitorios de las viviendas se hallaban precisamente en la zona que se ha venido abajo. Sus ocupantes debían dormir cuando se cruzó en sus vidas la catástrofe.

Una hora después, de entre la mole de restos que hay junto al esqueleto del inmueble sucede el milagro. "¡Con cuidado, que tiene la pierna rota!", gritan los bomberos, que acaban de rescatar a una mujer de 47 años. Es una de los dos supervivientes. Sólo unos minutos antes, justo en la zona opuesta del solar, los bomberos habían desenterrado el primer cadáver: se trata de un hombre. La actividad sigue siendo frenética. Sierran, cavan, retiran escombros. Un primer perro de la unidad canina de la Guardia Civil reconoce el territorio sin resultados. Los efectivos se retiran un momento a descansar, a tomar fuerzas para lo que se presenta como una muy larga noche.

Emocionados, conmocionados, aún en estado de shock, centenares de vecinos de la manzana se han echado a la calle con lo puesto para seguir de cerca la tragedia. La Policía ha acordonado el lugar. Ahora sólo hay bomberos trabajando en la zona cero del desastre. En la plaza Camp de´n Serralta se ha desplegado un hospital de campaña que no llegará a utilizarse como tal. El suceso también ha sacado de la cama a algunas autoridades. En primera línea de derrumbe presencian los trabajos el president Antich y la alcaldesa Calvo.

"Ese edificio se cayó porque estaba destruido. La planta baja estaba llena de grietas y cascarones. Tenía grietas de varios centímetros", remarcan Andrés, Consuelo y Amparo, tres vecinos del edificio de enfrente testigos del desastre. Andrés trabaja en la restauración de inmuebles y sabe de qué habla. "Es un edificio con vigas pretensadas, que tienen el interior de hierro. La fachada es de marés, una piedra porosa que filtra el agua de lluvia. Y si se filtra puede oxidar el hierro de las vigas, volviéndolas totalmente inútiles", explica este vecino colombiano. "Y si la fachada estaba destrozada, imagínate cómo debía estar el interior", subraya.

Pasan ya de las dos. Entre las ruinas suena un primer tono de móvil, le sigue un segundo, un tercero. Se ha hecho el silencio. Los bomberos tratan de localizar con sensores de dónde proceden los timbrazos de teléfono. La llamada la realiza un joven a su tía, una de las personas atrapadas, que se ha acercado a los agentes para colaborar en la búsqueda de sus familiares. Y tras un intento fallido vuelve a sonar la melodía, un tono, los bomberos se acercan, dos tonos, excavan, tres y cuatro y cinco, encuentran el aparato, pero no hay familiar al otro lado. El joven lo vuelve a intentar marcando el número de su tío, pero el silencio es la única respuesta que obtiene. Es otra llamada perdida.

Media hora después, Gordon se encarama a la montaña de cascotes. Olisquea en los recovecos, da vueltas entre las piedras, sube y baja, viene y va. Gordon es un pastor alemán de color marrón de la unidad canina de la Guardia Civil adiestrado para localizar víctimas. Ha marcado el punto donde puede haber cuerpos sepultados. Nada más abandonar el escenario el can, los bomberos comienzan a trabajar en la zona que ha señalado. Casi una hora después, el rastreo da sus frutos. Los bomberos logran sacar de entre el amasijo de piedras el cuerpo sin vida de un chico de 30 años. El otro punto señalado por el sabueso deja pronto de ser inspeccionado. Está al lado de lo que queda de estructura y un vecino ha alertado de que se han abierto nuevas grietas en las paredes que aún cuelgan de la parte del inmueble no desplomado. La consigna es mantenerse alejado de ese sector a toda costa.

La noche es un rugir de motosierras y radiales, un clamor de picos y palas a los que va a acabar por sumarse el bramido de dos excavadoras. De entre el pulverizado de viviendas se vislumbran almohadas y colchones ensangrentados que desatan falsas alarmas. Se alternan los trabajos de las palas mecánicas con la fuerza de manos y brazos. Tras interludios de descanso, indecisión e incertidumbre, los bomberos vuelven a excavar a un ritmo desenfrenado. Finalmente, a las 5 vuelve el revuelo. Han encontrado otra víctima. La agitación reina en el lugar mientras poco a poco la van desenterrando. Aparecen la cabeza, los brazos y piernas hasta que asoma el cuerpo sin vida de un varón de 60 años. Sólo unos minutos después de que el personal técnico lo haya retirado, aparece un cuarto cadáver, de una niña de dieciséis años.

Cuando ya pasan de las seis, apenas quedan curiosos siguiendo el suceso. Los bomberos dan tregua a las excavadoras que han estado limpiando las calles y vuelven manos a la obra. Dos colchones ven la luz, junto a sus edredones y almohadas. Asoman libros y libretas, muñecas y peluches. Todo son indicios de que una víctima está cerca, pero no aparece. Después de otra hora larga de tamizado de escombros ceden para dar paso de nuevo a las máquinas. Habrá que esperar a la luz del día para poder encontrar más atrapados. La llegada del amanecer no permitirá despertar del mal sueño.

OTROS TEMAS

Más de una decena de coches afectados– Más de una decena de vehículos se vieron afectados por el derrumbe del edificio. Los que estaban aparcados en la esquina que ocupaba el inmueble quedaron completamente destrozados. La grúa tuvo que intervenir para trasladarlos a todos: los afortunados intactos, los dañados y los que estaban hechos trizas.

Una planta baja sufre el impacto del derrumbe– Una planta baja situada en la calle Alós, en el número 8, situada junto al inmueble desplomado, también sufrió desperfectos tras caer parte del edificio. Según los vecinos, en ella vivía un hombre de mediana edad, al parecer solo.

Documentación entre las ruinas del inmueble– Los bomberos consiguieron localizar entre los escombros numerosas carteras, varios bolsos, así como una mochila escolar, en los que esperaban hallar algún tipo de documentación que permitiera la identificación de los cadáveres.

Intersección y distribución– El edificio siniestrado, el número 19 de la calle Rodríguez Arias, esquina con la calle Alós de Palma, tenía los dormitorios y los baños en la parte que se vino abajo. Las cocinas, situadas en la otra punta, estaban en la zona que no cayó.