Seguro que muchos de ustedes no se imaginarían nunca que poder alimentarse dependiera de un comedor social, tampoco se lo pensaban los protagonistas de esta historia. Es otra de las tristes consecuencias de la crisis económica. Familias enteras en paro con una hipoteca que pagar cada mes o inmigrantes y jubilados cuya pensión se va directamente al alquiler. Las cuentas no salen y dependen del comedor social para comer un plato caliente cada día. Con este panorama desolador, estos centros se ven desbordados de gente como por ejemplo el que tiene Cáritas en Inca. A finales de febrero duplicaron el servicio como medida excepcional a la crisis económica ya que tenían una lista de espera de 70 personas. Ampliaron su atención de cincuenta a cien personas. A pesar de la medida, la lista de espera continúa en una treintena de personas.

Una trabajadora familiar de Inca no se imaginaba que la crisis económica la enviara al comedor social de Cáritas. Hace tres años se quedó sin su trabajo en una residencia pero la situación familiar ha empeorado cuando ahora su marido se ha quedado sin trabajo. Además su hija, también desempleada y con dos hijos, se ha separado y ha vuelto a vivir con ellos. Los ingresos de esta unidad familiar alcanzan los 400 euros. "Estoy muy agradecida con el comedor porque cinco personas no sobreviven con 400 euros", explica la afectada mientras termina de degustar su plato. Hace dos meses que ella y su hija acuden al centro a comer. Entre semana los niños comen en la escuela gracias a una subvención de Cáritas y los fines de semana les acompañan en el local de la calle Son Odre de Inca.

Otra posibilidad, explica la directora del centro Marta Fernández, es que las familias recojan la comida y se la lleven a casa. A diario acuden unas 24 personas a comer ya que un grupo de voluntarios reparte los alimentos a otra veintena de personas de la tercera edad. El resto, detalla Fernández, son las familias que se llevan la comida a casa. Además del plato caliente del mediodía, se da un bocadillo o algún alimento preparado para los niños y la gente delicada de salud. "Gente toca cada día a la puerta pidiendo que les demos de comer", destaca la responsable. José Antonio Zurera lleva dos años acudiendo al comedor de Cáritas. "Al separarme, me quedé sin dinero", resume. Tiene una pequeña pensión por enfermedad que va destinada a pagar el préstamo de la casa donde vive. De hecho, le cortaron la luz hace ya casi un mes. "He pedido a Cáritas y al ayuntamiento de Inca si me pueden ayudar de alguna manera con el pago del suministro eléctrico pero no pueden", dice. "Todo ha subido una barbaridad, tampoco puedo pagar la comunidad", lamenta.

En su misma mesa come Jaume Soler, un veterano del comedor. Lleva ocho años acudiendo al centro. "Menos mal que vine aquí porque ya estaría muerto. No tengo dinero para comer", destaca. Trabajaba en el campo pero tuvo que retirarse debido a una enfermedad. En aquellos momentos se vio obligado a pedir un préstamo para hacer unas reformas en su casa. Sus ingresos mensuales son de 524 euros, paga 230 euros de préstamo y una vez descontado el agua, la luz y el gas, prácticamente le queda poco dinero que invierte en productos de limpieza, por ejemplo. Asegura que sus amistades también le echan una mano y que Cáritas le facilita algo de ropa.

Abdulae hace unos tres años que vive en la isla. No tiene papeles y se busca la vida como puede, ayudando a sus amigos a vender por los mercados o recogiendo patatas, pero esta última opción "ahora es imposible porque no hay trabajo". "No tenía donde comer", explica y, por esto, acudió al comedor de Cáritas. "Venir aquí es una oportunidad, tengo suerte de poder comer", concluye.

En busca de ayudas

En la misma situación de Abdulae se encuentran numerosos inmigrantes que acuden a la sede de Cáritas en Palma o en las parroquias. Unos buscan comida, otros una ayuda para poder hacer frente al alquiler o a los gastos de agua, gas o electricidad de la vivienda. Es el caso de un senegalés, también sin papeles, que acude a la entidad en busca de la ayuda de 150 euros que le permite hacer frente al pago del alquiler (100 euros mensuales, son ocho personas en el piso) y a los gastos derivados del suministro eléctrico. Hace unos seis meses que cuenta con esta ayuda. Además, cuando lo necesita, acude a una de las parroquias de Cáritas y le suministran productos básicos como leche, galletas o arroz. Otro senegalés acude al centro con el mismo fin ya que hace siete meses que no trabaja, sobrevive vendiendo alguna que otras gafas por la calle.

Teresa Riera, de Cáritas, es la encargada de recibir a los necesitados en la ventanilla del centro. Escucha su situación y les deriva a los comedores, las parroquias o a la red de inclusión, es decir, a los albergues, que están "saturadísimos". Atiende una media de 50 o 60 personas diarias. Riera detalla que en una primera fase acudían inmigrantes sin papeles pero ahora también recurren a ellos los extranjeros que han terminado de cobrar el paro y como no tienen empleo se les acaba el permiso de trabajo. La trabajadora social, Puri López, añade que también se ven obligados a ir a Cáritas personas mayores que con su pensión no llegan a final de mes y familias españolas de clase media que uno de los miembros se ha quedado sin trabajo. De hecho, resalta López, ha aumentado un 30% el número de familias que no pueden llegar a final de mes.

Jaume Ferrer hace cuatro meses que ha regresado de México porque la situación está peor que en España. No tiene trabajo, come en el comedor de la calle Patronato Obrero y vive en un piso de un sobrino. "Me enseñan a hacer un currículo y a estar preparado para encontrar un trabajo cuando pase esto de la crisis económica", detalla en la entrada de Cáritas.

Otra de las opciones es acudir a las parroquias, donde están tanto voluntarios como trabajadores sociales de Cáritas. Puri López es la trabajadora social de las iglesias de San Alonso y La Encarnación de Palma. En general, las visitas que tiene son concertadas. Sin embargo, son muchas las personas que acuden a las parroquias para pedir algún que otro alimento. El primer paso, explica López, es analizar la situación y concretar qué necesidades tiene la familia. En las mismas parroquias tiene productos básicos como leche, sopa o arroz, que se van entregando a los necesitados. En San Alonso las familias que tengan una tarjeta de autorización de la trabajadora social pueden hacerse con estos productos una vez al mes, en cambio, en La Encarnación se reparten alimentos cada martes.

A pesar de este panorama desolador, la solidaridad ha aumentado en tiempo de crisis. El responsable de comunicación de la entidad, Llorenç Riera, resalta que se han multiplicado las ayudas tanto económicas como de alimentación. "Los recursos propios se han fortalecido con la crisis con un aumento de socios y de donaciones", destaca Riera quien concreta que la entidad tiene 20 nuevos socios, en total suman 270. Además, muchos socios antiguos han decidido aumentar la cuota para ayudar a los más necesitados. "La gente ha sido solidaria ante la crisis", concluye. Además de la ayuda económica, "la solidaridad se ha demostrado con un incremento de voluntarios", explica.

Según los datos de Cáritas, la entidad atendió en ventanilla 1.600 casos en 2008, 310 más que en el ejercicio anterior. La crisis empezó a notarse a finales del año pasado tal y como demuestran las cifras. En el último trimestre de 2007 se atendieron 540 casos mientras que en el mismo periodo del año pasado se elevaron a 750. En la misma línea continúan los datos más actuales: en el primer trimestre de 2009 se atendieron 450 familias, 231 más que en el mismo periodo de 2008. Todo ello demuestra que a pesar de los problemas solidarios, la gente no se olvida de los más necesitados.