Hoy, cuando uno visita Cabrera, queda atrapado por sus aguas tranquilas y su fauna confiada, y desea quedarse allí para siempre. Dos siglos atrás los que allí residían sólo tenían un pensamiento en la cabeza: huir. Hoy, Cabrera es un paraíso natural. Dos siglos atrás, era un auténtico infierno.

En 1809, Cabrera se convirtió en una cárcel gigantesca en la quedaron confinados hasta 13.500 soldados napoleónicos apresados durante la Guerra de Independencia. Cuando cinco años después llegó la hora de la libertad, sólo tres mil habían sobrevivido a ese angustioso cautiverio. Este año, doscientos después, la Comandancia General de Baleares ha organizado un homenaje a esos franceses que vivieron penurias y crueldades inimaginables.

En la primera quincena del próximo mes mayo, y como colofón a las celebraciones del bicentenario de la Guerra de Independencia que poblaron el año pasado, un piquete de la Armada Española, uno de la Comandancia balear y otro de la Armada Francesa desembarcarán en la isla ­-en barcos de pequeño calado por las características de la bahía- para recordar a esas víctimas del conflicto. Las autoridades municipales, autonómicas y militares, además de representantes de la embajada francesa, se acercarán al monolito que se erigió in memoriam para rendir un más que merecido homenaje a aquellos soldados.

Tras perder en la batalla de Bailén, entre 7.000 y 8.000 uniformados franceses fueron embarcados en Cádiz para supuestamente ser trasladados al puerto de Rochefort. Los galos viajaban confiados ya que, según lo acordado con las tropas españolas al final de la guerra, iban a canjeados por rehenes españoles. Lejos estaban de imaginar que los vencedores tenían otros planes y que un giro de timón les alejaría de la libertad para llevarles a un encierro cruel.

Al llegar, el primer reconocimiento que hicieron de la isla fue desolador: un chorrito mínimo era el único surtidor de agua potable de todo el territorio; y tres cabras que encontraron, se precipitaron al vacío huyendo de hombres desesperados por llevarse algo a la boca.

En teoría, cada cuatro días una chalupa española iba a llevarles provisiones -unas miserables raciones de pan mohoso, habas y aceite-, pero ni siquiera en eso cumplieron. Mientras los cuerpos de los galos se convertían en esqueletos fantasmagóricos, los barcos españoles se retrasaban cada vez más, llegando incluso a dejar a los cautivos durante más de diez días sin nada que comer, aparte de lo poco que conseguían pescar, de ratas, de cardos y otras hierbas. El hambre y la sed se convirtieron en las compañeras cotidianas mientras enfermedades como la disentería, el escorbuto y las perforaciones intestinales se cobraban las víctimas por centenares.

Según relataron los periodistas franceses Pierre Pellisier y Jérmoe Phelipeu en su estremecedora y rigurosa obra Los franceses de Cabrera, llegaron a convivir hasta 13.500 hombres en la isla: demasiada desesperación para un territorio de 1.600 hectáreas. Intentos de fuga, episodios de canibalismo y coprofagia, y la incomprensión ante tanta crueldad, pasan a conformar así la leyenda negra y más desconocida del islote. La organización del poblado francés que montaron en la playa como si de un pequeño París se tratase, el grupo de teatro y la orquestina fueron las únicas anécdotas que arrojaron algo de luz a la tediosa vida de los prisioneros.

El 16 de mayo de 1814 llegó la libertad para esos 3.000 pobres diablos que lograron sobrevivir. En honor a ellos y a las más de 10.000 personas que perecieron, ahora es momento de recordar que lo que hoy es un Parque Nacional impresionante, durante cinco años fue la peor cárcel imaginable.