A primera vista, el colegio Es Pont no se diferencia en nada de los otros; hay niños, aulas, dibujos, profesores, sillas, juegos... La sorpresa viene al mirar en el interior de pupitres y de mochilas y no encontrar por ningún lado el habitual tocho de libros de texto que los estudiantes acostumbran a cargar de casa a clase y de clase a casa.

En este colegio de Son Gotleu apenas hay una presencia simbólica de libros de este tipo. En primer y segundo curso, no se utiliza ni uno; de tercero a sexto, los padres sólo tienen que comprar los de matemáticas, inglés y música (ejemplar que utilizan durante dos cursos). Y es que, como explica su directora, Cristina San Juan, este centro nació hace casi 20 años con la intención de impartir "una enseñanza democrática y participativa" y "con una forma de trabajar diferente".

Ese espíritu se traduce en un estilo propio, en un aprendizaje innovador que, entre otras apuestas diferenciadoras, no se apoya en la comodidad de los libros de texto. "Son más cómodos, pero también encorsetan más", valora la máxima responsable del centro; "no todo el conocimiento está en los libros de texto", añade.

Y en este caso, la libertad que supone el no utilizar los libros de texto conlleva quizás aún más implicación por parte del profesorado, encargado de conseguir y coordinar los recursos que considere más adecuados. Afortunadamente, según la directora, los docentes responden y colaboran, los niños aprenden y participan, y los padres -aunque algunos muestren sus dudas- lo aceptan.

La falta de libros de texto supone un festival de recursos didácticos alternativos: internet, periódicos, novelas, fotocopias (el centro cuenta con dos fotocopiadoras en blanco y negro y una en color), la propia revista del colegio, surtidos fondos de aula y una destacada biblioteca, y sobre todo "mucha hoja en blanco". Pero la innovación no se queda en el material, sino también en cómo se utiliza.

Por un lado, destaca el importante papel que se le ha concedido a la filosofía. Siguiendo el programa de prestigio internacional del filósofo Mathew Lipman, a partir de los tres años, todos los cursos dedican unas cuatro sesiones semanales a aprender a reflexionar de forma progresiva sobre "temas que siempre han preocupado a la humanidad". Se leen trozos de relatos filosóficos y lo debaten entre ellos, contando siempre con una alta participación "porque les acostumbramos desde pequeños".

Otro punto destacado del programa de aprendizaje son los proyectos de investigación que desarrollan los alumnos a partir de sus propias preguntas: "¿Por qué el agua del mar es salada?", "¿Quiénes eran los incas?", "¿Cómo se vive en la Antártida". Desde infantil hasta sexto, cada clase, elige qué quiere averiguar, desarrolla una hipótesis y establece unos objetivos colectivos y unos propios de cada alumno (como "no hacer el vago" o "escribir más fino"). Los resultados son sorprendentes: auténticos dossiers repletos de información y conclusiones, fruto del esfuerzo personal de varios meses, que nada tienen que envidiar al más sofisticado de los libros de texto de las editoriales.