Cuando uno accede a un informe tan demoledor como el que ayer se conoció, referido a las deficiencias en la obras del metro de Palma, no se sorprende. El ciudadano está acostumbrado a que las prisas electorales provoquen éstas y otras chapuzas en las obras públicas. En esta isla podemos levantar sin pestañear dos o tres veces el Parc de les Estacions, el pavimento de la Plaza España, hacer puentes que caen antes de abrirse, un talud que pone en peligro la circulación de un tren en Petra o inaugurar una residencia y al día siguiente cerrarla para que continúen las obras como si nada hubiera pasado. Y es que esto es lo que ocurre, que no pasa nada. Cualquier denuncia que se haga es atribuida convenientemente a la crítica partidista y, más allá del rifirrafe parlamentario de turno, al final nadie se hace responsable del despilfarro del dinero público, ése que es de todos y que por ello parece que no importa malgastar sin ton ni son. Y no debería ser así.