En una sesión dominada por el lenguaje técnico y artificioso de magistrados, fiscales y abogados hubo a quien le venció el aburrimiento. Tras media hora de áridas intervenciones sobre escuchas ilegales y argumentadas protestas de los letrados, uno de los acusados comenzó a dar cabezadas en la primera fila del banquillo. "¿Puede despertar a su compañero?", preguntó el presidente del tribunal a uno de los que estaban junto al dormilón. Cuando este abrió los ojos, descubrió a un magistrado indignado: "Es una falta de respeto que se duerma en la sala. Estamos aquí, entre otras cosas, para garantizar sus derechos", le abroncó.

La reprimenda surtió efecto, pero solo durante un rato. El imputado somnoliento aprovechó un receso para recolocarse en una de las últimas filas. El tribunal reparó pronto en el hueco que había dejado y, con discreción, averiguó su paradero. Estaba en una de las últimas filas balanceando la cabeza y a la suyo: dormir. No fue el único. Una mujer aprovechó que junto a ella había una columna para recostarse, arroparse e incluso soltar algún ronquido.

Entre la retahíla de argumentos legales que expusieron los abogados, sorprendió la petición de un abogado para aportar un póster de Farruquito como prueba. Con el cartel pretendía demostrar que el único ´Farru´ al que conoce su cliente es el bailaor, y no el narcotraficante imputado en la causa. El tribunal denegó rápidamente su petición por anecdótica.

La vista transcurrió en las antípodas de la primera sesión, sin los lamentos, lloros, amenazas y desmayos que se vivieron entonces, quizá por el toque de atención que La Paca dio a los suyos aquel día. La matriarca no se escondió ayer de los objetivos. Tanto ella como su hijo, El Ico, posaron sonrientes y exhibiendo sus esposas para las cámaras, mientras muchos de los procesados se cubrían el rostro. Todo el clan estuvo vigilado sin descanso por varios policías, especialmente durante los recesos, cuando un cordón de quince agentes rodeó a La Paca y los suyos para interponerse entre estos y El Farru, su antiguo socio y ahora archienemigo tras el asesinato de La Parrala.

La Policía blindó de nuevo el edificio de la EBAP para evitar cualquier incidente. Por los dos filtros de seguridad instalados en la entrada principal y en la segunda planta, donde se celebra el juicio, pasó todo el mundo. Incluso uno de los magistrados del tribunal, que tuvo que cruzar el arco detector de metales y cuya bolsa fue examinada. La treintena de acusados que están libres entraron al mismo tiempo, formando una larga cola digna del aeropuerto.

La sorpresa saltó cuando un fugitivo intentó acceder al edificio. Un hombre pretendía acceder para presenciar la vista, al parecer como público, pero cuando los agentes comprobaron su documentación descubrieron que sobre él pesaba una reclamación judicial por robo con fuerza. Lo detuvieron de inmediato. "Esto demuestra que los controles funcionan", valoraba un mando policial.

El despliegue de seguridad, supervisado por el jefe superior de Policía, fue también imponente en la calle. Fueron 60 los agentes desplegados por la zona para garantizar la seguridad. A los efectivos de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR), el grupo de Subsuelo y los Guías Caninos de la Jefatura de Palma se sumaron tres unidades de la Unidad de Intervención Policial (UIP) venidos ex profeso de Valencia. Se montaron controles tanto a la entrada como a la salida del polígono y a las puertas del edificio podían contarse 11 furgones y una decena de motos.

Aunque 25 familiares querían entrar en el juicio, solo había sitio para seis. El resto soportó en la calle las bajas temperaturas: "Se tira una persona aquí una hora y la tienen que llevar a Son Dureta", se quejaba uno de ellos a los policías que custodiaban la entrada.