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Análisis

El pueblo debe dimitir

El pueblo debe dimitir

Gobierno y oposición le dieron el domingo al pueblo la oportunidad de enmendar el lío de hace seis meses, pero qué va. Lejos de corregirse, los electores han vuelto a votar más o menos lo mismo que el pasado 20 de diciembre, con lo que volvemos a la casilla de salida en esta larga partida de parchís a cuatro bandas. Queda claro que el pueblo no ha estado a la altura de que lo le exigían sus representantes: y quizá debiera considerar la conveniencia de dimitir.

En realidad, los votantes han comenzado ya a presentar su dimisión. Los que se abstuvieron de acudir a la misa dominical del voto sumaban en principio uno de los porcentajes más altos desde la restauración de la democracia, si bien el dato se corrigió al alza en las últimas horas. Al final, la participación fue similar a la de las anteriores elecciones y, de momento, no hay moción de censura a los políticos, que sí podría producirse en el caso de que este resultado fuerce una tercera ronda en las urnas.

Dos conclusiones -entre otras- pueden sacarse de las elecciones del 26-J. La primera es que la gente cuenta toda clase de trolas en las encuestas. No es que vacilen en votar a este partido o al otro, sino que les vacilan directamente a los encuestadores contándoles la milonga de que aún no saben por quién se van a inclinar.

Así se explica que todos los sondeos previos a la votación, incluido el que se efectuó a la salida de los colegios electorales, coincidiesen en darle el segundo puesto a Unidos Podemos. El veredicto real ha sido exactamente el contrario al anunciado, lo que tal vez obligue a los augures del voto basado en la demoscopia a reflexionar sobre la calidad de la bola mágica que utilizan. No vaya a ser que al final resulte cierto aquello de que hay mentiras, grandes mentiras, mentiras descomunales y por último encuestas, en orden ascendente de embustes.

El segundo dato que arroja la consulta es que los partidos emergentes han dejado de emerger, a la vez que los del bipartidismo de toda la vida mantienen la cabeza a flote e incluso la sacan un poco en el caso del PP.

Podemos, al que las encuestas pronosticaban un feliz adelantamiento por la izquierda al PSOE, se ha quedado compuesto y con los mismos escaños que tenía antes de hacer pandilla con Izquierda Unida. La suma de uno más uno no siempre da dos en la peculiar aritmética política, como algunos habían sugerido ya y ahora acaban de certificar los votantes.

El "sorpasso", que es palabra escogida por los italianos para definir el adelantamiento de los comunistas a los socialistas en su país, se ha convertido más bien en un pinchazo. Es natural. Tampoco en Italia llegó a producirse el avance del PCI de Berlinguer como primer partido de la izquierda, ni parece que tal cosa vaya a ocurrir en cualquier otro país de Europa. Los de Pablo Iglesias debieran darle una o dos pensadas a ese asunto.

A los Ciudadanos de Albert Rivera les ha ido todavía peor que a sus colegas emergentes de la izquierda. El partido, que ya no pintaba gran cosa con los escaños de las últimas elecciones, se ha desmoronado en este segundo envite. Ha perdido una cantidad proporcional de diputados a la que ganó el PP, lo que sugiere que una parte no pequeña de los votos prestados el 20 de diciembre regresaron esta vez a la casa paterna. Paradójicamente, el ascenso del PP y el estancamiento de Podemos podría darle a Rivera la oportunidad de decidir algo, si bien es improbable que los resultados le permitan insistir en su deseo de apartar a Rajoy de la presidencia. Hay posibles explicaciones de fondo para lo que ha sucedido. Puede que el pánico desatado por el Brexit y la desdichada situación de Grecia, por poner dos ejemplos, hayan estimulado en los votantes el viejo instinto conservador al que aludía el jesuita Ignacio de Loyola.

"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza", aconsejaba el fundador de la Compañía de Jesús; y a esa máxima parecen haberse acogido los electores que ahora vuelven al regazo de los partidos de toda la vida. Por más que muchos de ellos votasen con una pinza en la nariz al depositar su papeleta, se diría que lo hicieron bajo la jaculatoria: "Virgencita, que me quede como estoy". Con tanto conservadurismo en el ambiente, es normal que las cosas hayan quedado más o menos como estaban el pasado 20 de diciembre. Los resultados siguen sin dar para la formación de un gobierno de izquierdas o de derechas, lo que obligará a hacer números -literalmente- a los partidos si no quieren que el mando del Estado continúe en funciones otro medio año más. O eso, o pedirle al pueblo que dimita de una vez por su intolerable comportamiento en las urnas.

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