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Análisis

Amanecer inestable

El resultado electoral trae la mayor de las encrucijadas para la gobernabilidad de este país en su historia democrática reciente, con los bloques de derecha e izquierda igualados y los nacionalistas como árbitros

Camareros contratados para la fiesta de C´s observan los resultados en la noche del 20-D.

España ha elegido para despertarse otro problema: el de la inestabilidad. La llamada nueva política no ha mostrado de momento nada novedoso salvo un panorama más fragmentado del parlamentarismo. Los dos principales bloques -el de la izquierda, aún más dosificado- están igualados, mientras que la derecha, pese haber perdido el PP alrededor de sesenta escaños, mantiene con la victoria en las urnas el impulso moral que ha llevado al Gobierno hasta ahora de este país al partido ganador de unas elecciones. No debería ser de manera distinta, sin embargo, Portugal, que ha enseñado otro camino, no parece estar tan lejos como rezaba aquella publicidad de hace unos años. Las calculadoras se han puesto en marcha, prepárense para lo que se avecina, a la complicada y rocambolesca estrategia de las alianzas y los apoyos.

¿Nuevo amanecer? Quiá. Para ello, esperen sentados. David Runciman, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Cambridge, colaborador habitual de la "London Review of Books", recordaba no hace mucho a Benjamin Constant, novelista romántico y experto en teoría constitucional, cuando en los días del Terror hablaba del riesgo de que la gente despertara de su pasividad y emprendiese el estallido. Constant estaba convencido de que en la Francia prerrevolucionaria había arraigado el cuento del ideal de la política de la Antigu?edad: que los ciudadanos podían controlar su destino. Invitaba a fijarse en los heroicos griegos y en los nobles romanos. Un error mayúsculo de interpretación que no ha dejado de repetirse por décadas.

Perder el interés por la política, escribió Runciman, no lleva a arrinconarla del todo, sino a que los ciudadanos que se sienten decepcionados con ella se muestren proclives a la venganza y a creerse las fantasías de los populistas que venden sueños de transformación.

El "cambio" era anteayer de todos los cuentos el más recurrente por los llamados partidos emergentes, uno guiado por la remontada, el otro, defraudadas las expectativas, pendiente de seguir convenciendo con su idea tranquila de la renovación que en su día empujó la UCD de Adolfo Suárez. Pero las fantasías sobre un renacimiento de la libertad política pura han conducido en muchas ocasiones al caos, en otras a la violencia, y en los casos menos dolorosos a simples frustraciones.

Los políticos de nuestro tiempo, especialmente los de la izquierda, y en situaciones de endiablada aritmética parlamentaria como se ha dado en España, tienen que asumir el papel de prestidigitadores por encima del de hacedores de sueños. Cuando la realpolitik la dicta, por ejemplo, Merkel, su trabajo consiste en seguir adelante con las reformas impopulares de manera que no lo parezca, escenificando precisamente lo contrario. Puede hacerse desde el inicio, como ha ocurrido en Portugal, o apurando todas las opciones hasta llevar a un país al abismo, del modo que sucedió con Tsipras y Grecia.

En el partido de fútbol de la sobremesa del domingo, el Real Madrid, el equipo preferido de Mariano Rajoy, remontaba con dos más frente al Rayo Vallecano, el equipo de Pablo Iglesias, y le endosaba diez goles. Era el único sorpasso, digamos oficialista, en una jornada de pérdida de escaños. Los socialistas emprendían también su remontada, a partir de unos sondeos a pie de urna que no reflejaban el posible voto oculto y los situaban parejos a Podemos, la fuerza emergente que lucha por arrebatarles la hegemonía de la izquierda. Podemos, a su vez, culminaba su cacareada remontada después de que las encuestas predijesen una especie de agujero en la bolsa prevista de votos. Así todo, si el combate que se libraba era entre la llamada vieja política y la nueva, con señalar que la primera juntaría votos suficientes para una mayoría absoluta amplia y estable queda todo dicho.

Donde existen más preguntas que respuestas es sobre la gobernabilidad del país que el Partido Popular empezará a intentar asumir desde ya mismo. Igualados los bloques, con Ciudadanos supuestamente dispuesto a hacerse a un lado, digo supuestamente, el futuro de la estabilidad de España quedaría en manos de los nacionalistas, que paradójicamente han perdido fuelle en sus territorios, en algunos casos barridos por las marcas de Podemos. Cada cual puede establecer un punto de vista de este solapamiento como considere oportuno. El PSOE debería, por su propia salud futura, ser el primero en reflexionar acerca del precio de determinadas alianzas.

El domingo, Pedro Sánchez, que no hace mucho se veía con un pie fuera, reivindicaba la fuerza del PSOE y un nuevo amanecer sin Mariano Rajoy.

Frente a las coaliciones estables de otros países, los dardos que en éste se arrojan tienen como principal objetivo en la izquierda tumbar a la derecha. Probablemente, si se diera la oportunidad, también al contrario. No ha aparecido todavía una forma de distinguir al frentismo español en la nueva política, que es lo mismo que la vieja con otros actores y mayor seguidismo en las redes sociales. El nuevo día será otro día igual, pero con algún problema más, no todos previsibles.

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