­Hay algo que no es como cuentan las encuestas del CIS: una hora antes del mitin de Pablo Iglesias en el Palma Arena, la cola para entrar en el velódromo de todos los delitos llegaba a la calle General Riera. Y eso son 500 metros de simpatizantes de un partido de estructura tan joven como escasa y voluntariosa, que aún sin el músculo que otros han cebado con años de poder y euros públicos, fue capaz de atestar un pabellón corruptamente grande. Tanto que, desde ZP en 2008, ningún candidato se había atrevido a intentar llenar de gente ese Palma Arena que el PP y Matas vaciaron de euros.

Podemos lo intentó y lo llenó, para sorpresa hasta de ellos mismos al ver que poder, pueden. Vaya que pueden. Así que algo chirría en la realidad que cocinan las encuestas de intención de voto. Dicen que el PSOE, Podemos y Ciudadanos empatan en Balears por detrás del PP, pero ayer no se respiraba empate. Tampoco el sábado, cuando Pedro Sánchez y su PSOE se las vieron moradas para llenar una sala de mil personas en Inca, bocadillo y flota de autobuses gratuitos mediante. Ayer sin bocata y con tres autobuses con billete de pago, Podemos se las vio moradas, pero para explicarle a sus círculos que en un pabellón con 5.000 plazas, no había sitio para 500 personas más.

Lo vieron desde fuera, pero no es lo mismo, que ayer hacía frío fuera del Palma Arena, claro, pero sobre todo hacía calor dentro. Mucho. Y más en el día después de que Pablo Iglesias se puliese al resto de candidatos en un debate televisivo del que le declaran ganador hasta las encuestas de la prensa más derechista. Entraba triunfal Pablo Iglesias, dando gracias al personal al ritmo de la banda sonora de Cazafantasmas, quizá por aquello de que había debatido horas antes con el espíritu ausente de Rajoy, si es que Rajoy tiene tal cosa.

´Coleta morada´ llegaba media hora tarde y esta vez sin guitarra, pero a juzgar por la algarabia, los gritos y la euforia, llevaban años esperándolo. A esa tesis se apuntaba la estrella de los debates de Podemos, que no es Pablo Iglesias, sino Iñigo Errejón, pura efusión verbal, un torbellino dialéctico que ametralla al mismo ritmo implacable en castellano y en catalán, para alegría de la marea verde, presente en el mitin de Podemos y quizá ausente el 20 de diciembre en las urnas de Més. Para más señas, entre la concurrencia aplaudían rostros y excandidatos de Més, quizá la próxima víctima de la tiranía del voto útil.

A ese granero de votos apunta Podemos en Balears, con el juez y candidato Yllanes a la cabeza. Madrileño de cuna, sevillano de raza, mallorquín de adopción y nacionalista por parte de yerno y candidato de Més, Juan Pedro Yllanes se animaba con un catalán entreverado de acento andaluz para arengar desde el escenario a una marea de camisetas verdes como la que él mismo lució antes del mitin. Lo mismo hacían Errejón y su incontinencia política verbal, de tal calibre que sus quince minutos de discurso dejaron más ideas que las dos horas de debate televisivo a cuatro voces el día anterior. Dijo tanto que aquí no hay sitio ni para resumir su diatriba contra la corrupción y la casta a la que ya no llaman casta, ni para enumerar las veces que le aplaudió esa "gente que está harta de estar harta", que cuando se harta de hartarse, le adora.

También a Iglesias, pero menos. El líder de Podemos hace tiempo que adopta un papel más serio, didáctico, más alejado de la consigna y la gracieta, y más cercano a lo que se supone que es un hombre de Estado, signifique eso lo que signifique. Iglesias se acordó de Rajoy, de Soraya y del nuevo Aznar, como llama Errejón a Albert Rivera. También se acordó del catalán, incluso hablándolo. Y de las prospecciones, de la financiación, de la insularidad. Hasta recordó el nombre de las cuatro islas, para desgracia de los cronistas, que antes se inflaban haciendo chirigota de Rajoy y de esos ministros del PSOE que en sus mítines en Mallorca saludaban "a la isla de la Palma".

Iglesias ayer sabía donde estaba, quizá por eso no se atrevió a intentar decir bien el nombre de PrycewaterhouseCoopers, aquella entrañable empresa que contrató a Jaume Matas y el lunes se le atragantó al de Podemos en el debate. Sí se atrevió en cambio Iglesias a darle duro a la corrupción de unas islas que ayer asistieron a una escena insólita: 5.000 personas vitoreando en el Palma Arena las decenas de nombres de casos de corrupción del PP balear, citados, uno por uno, por el líder balear de Podemos, Alberto Jarabo.

Se ve que hay algo que calienta más que la corrupción: querer acabar con ella. O eso venden Pablo Iglesias y Podemos, que ayer cerraron la fiesta eufóricos, y al grito de "remontada". Aunque, visto el lleno, igual quienes deben aspirar a remontar son los demás. De momento, Podemos demuestra que sí, que se puede llenar el Palma Arena sin regalar bocadillos.