Como ocurre a menudo en tiempos de catarsis, y como tal podemos considerar la repetición de unas elecciones generales en España por primera vez desde el advenimiento de la Democracia, el miedo se convierte en el mejor aliado de quienes ocupan el poder, sea cual sea la institución que gobiernen.

El poder religioso, el poder político, el de los grandes emporios de la comunicación, el de las finanzas, el poder militar y hasta el poder que otorga presidir una comunidad de vecinos,... en cualquiera de los casos, son contadas las ocasiones en que quien ejerce ese ministerio haya alcanzado tal privilegio a partir de la ilusión, el reconocimiento del trabajo bien hecho o el deseo de cambio de quien ha otorgado el cetro.

El Partido Popular, como también se han aprovechado el Partido Socialista o los nacionalistas vascos y catalanes en anteriores épocas de catarsis, ya se ha aliado definitivamente con el miedo.

Y no hay sentimiento más pavoroso y más en contra de la Democracia que ese miedo a que todo cambie de un día a otro y a que mañana nos despertemos en un escenario desconocido y radicalmente opuesto al de la jornada anterior. Se entiende que la Democracia es un sistema ligado a la ilusión de modificar las cosas, echar a los malos, procurar avances sociales y económicos y a la libertad de elegir a los gobernantes sin angustias ni complejos.

De ese acobardamiento (ojo, ejercido igualmente en libertad) se ha beneficiado el Partido Popular en esta segunda vuelta electoral. Lo ha hecho a costa del pobre Albert Rivera y sus Ciudadanos, una formación de perfil bajo que ha sido incapaz de convencer al electorado de centro-derecha de que había otro camino para redimirse de la pestilencia a corrupción y a déjà vu que mana a chorros de las paredes de la madrileña calle de Génova y de otras sedes populares en varias provincias del Estado.

El PP no sólo no ha pagado en la urnas el centenar de casos de corrupción en que anda metido el partido y muchos de sus dirigentes. Tampoco le ha pasado factura presentar de nuevo a un líder amortizado como Mariano Rajoy, ni su laxitud de los últimos seis meses, ni el torpedeo irresponsable a que ha sometido los intentos de Pedro Sánchez de formar gobierno.

El PP ha mejorado resultados en autonomías y graneros tradicionales donde los sondeos vaticinaban una catástrofe electoral (Comunidad Valenciana, Galicia, Baleares, Castilla y León...) mientras seguían apareciendo casos de corrupción o grabaciones indecentes en el despacho de un ministro. Su electorado, como el del PSOE, ojo, ha apostado por lo malo conocido.

Cuando se pierde la fe en la filosofía tradicional no queda otro remedio que recurrir al maestro Yoda: "El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento".

Y volvió a ganar el Imperio.