Los emergentes se han encargado estos últimos días de animar una campaña que por repetitiva y cansina está lejos de levantar pasiones. Dos frases de Iglesias y Rivera han puesto un poco de picante y han dejado escocidos a sus destinatarios: Sánchez y Rajoy, respectivamente. La oda del líder de Podemos a Zapatero dejó airados a los dirigentes del PSOE que ven un día sí, y otro también, como Iglesias incursiona en sus líneas en un intento de arañarles -o más bien arrancarles a jirones- el mayor número posible de votos en la guerra -ya sin cuartel ni disimulos- que libran por la hegemonía de la izquierda. Mientras, el presidente de Ciudadanos fue más tajante que nunca trazando su propia línea roja: su partido nunca apoyará -ni por activa ni por pasiva- la investidura de Rajoy como presidente de Gobierno. Abría de nuevo el debate sobre la eventualidad de que el PP, en función de los resultados electorales, se vea obligado a cambiar su aspirante a ocupar la Moncloa si necesitara de los votos de la formación naranja para formar Ejecutivo. Una posibilidad que sencillamente pone de los nervios a los dirigentes populares, si bien la alternativa ya se plantea de puertas hacia dentro entre algunos responsables de los conservadores.
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