Después de tres revoluciones industriales e inmersos de lleno en la siguiente no deberíamos tener dudas sobre la positiva relación que existe entre tecnología, empleo y prosperidad. Sin embargo, el futuro del empleo continúa hoy siendo uno de los asuntos más controvertidos de la denominada revolución digital.

Los avances industriales y tecnológicos asociados a la hiperconectividad mediante dispositivos móviles inteligentes, el Internet de las cosas, el big data, el aprendizaje de las máquinas, los drones, la impresión 3D, la realidad virtual aumentada, la robótica, la inteligencia artificial, las criptomonedas, los sensores, los beacons, los algoritmos, las redes M2M€, aplicados al ciclo de producción, distribución y consumo en su conjunto, están alterando no sólo nuestro sistema teórico-científico, sino también el sistema socio-político y el organizativo-empresarial y, por tanto, afectando disruptivamente al empleo.

¿Qué impacto tendrá la automatización sobre el volumen de empleo? Algunos organismos e instituciones han empezado ya a contestar a esta pregunta. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima, por ejemplo, que en España el 12% de los empleos pueden estar en riesgo de desaparición por la robotización (2,7 millones de empleos). Si bien esta cifra ya es de por sí alta, algunos expertos del ámbito académico, llegan incluso a estimar que un 38% de los empleos pueden desaparecer con un efecto especialmente importante sobre mujeres, asalariados con bajo nivel educativo, extranjeros, y empleados de sectores como el primario, las actividades financieras y de seguros, el comercio y la hostelería.

Se trata de impactos lo suficientemente relevantes para afirmar que la Revolución Digital o la Industria 4.0 afectará claramente al empleo y profundizar más en el análisis de este fenómeno. Sin embargo, a estas alturas, resulta imposible estimar el efecto neto (positivo o negativo) de la revolución digital sobre el empleo. Y es que, al tiempo que desaparecen unos empleos, están apareciendo nuevos empleos (responsable de tráfico digital, marketing digital, científico de datos, diseñador de páginas web y aplicaciones móviles, responsable de ventas digitales, diseñador de experiencia de usuario, community manager, especialista en ciberseguridad€), mientras que otros están siendo objeto de redefinición.

Lo que sí se puede afirmar, sin ningún tipo de duda, es que habrá, como en todas las revoluciones, ganadores y perdedores, por lo que más allá de preocuparnos por los efectos que tendrá la revolución digital sobre el volumen total de empleo, lo que resulta verdaderamente fundamental es analizar el impacto sobre los salarios, las rentas y la desigualdad y adelantarse a estos impactos con medidas adecuadas.

Vale la pena redordar que no hemos sabido abordar con anticipación una situación análoga como la globalización del comercio y las cadenas productivas que viene ocurriendo desde mediados de los noventa. La precariedad, la temporalidad, la parcialidad€ demuestran cuán duros pueden ser estos impactos en el empleo en ausencia de políticas que hubieran sabido anticiparse a estas consecuencias. Buen ejemplo de estas políticas son las que se desarrollan en los países nórdicos, basadas en la noción de "flexiseguridad" que combina una alta protección social con contratos laborales flexibles y políticas de formación y reinserción laboral muy activas.

Debiera mover a la reflexión que en naciones como Suecia los sindicatos se unan a las patronales en la mejora de la competitividad global del país, lo que promueve una expansión de las empresas más productivas y el cierre de las menos eficientes y pone a disposición de las empresas una gama más amplia de inputs (capital humano, tecnología€), muchos de los cuales son fundamentales para introducir innovaciones de producto y de proceso y aumentar, así, la productividad. Más allá de las ganancias en términos de productividad, el aumento la demanda de trabajadores cualificados ejerce al mismo tiempo una presión al alza sobre los salarios del resto de ocupaciones.

Y es que la revolución digital, al igual que las anteriores, demanda un rediseño profundo de las políticas de empleo, de educación y de todas aquellas políticas que garantizan la igualdad de oportunidades y la inclusión social. A nuestra sociedad y sus instituciones les corresponde irse modernizando a medida que progresa la tecnología para que sus efectos disruptivos sean netamente positivos y se pongan al alcance de todos las oportunidades de esta nueva economía que algunos bautizan ya como ´tecnoeconomía´.

* Director de Impulsa Balears y Catedrático de Economía de la UIB