Desde el invento de la aritmética binaria en 1703 por Gottfried Wilhelm von Leibniz, la sociedad ha sufrido un proceso progresivo de digitalización que tiene en la aparición de la computación digital (Atanasoff, 1939), del ordenador personal (Simon, 1950) y del World Wide Web (Berners-Lee, 1989) sus hitos más relevantes.

No fue hasta principios del siglo XXI que el proceso de digitalización empezó a convertirse en una palanca de cambio en los sectores tradicionales de la economía con la aparición de nuevos habilitadores como el Internet of Things, el Industrial Internet, la Industry 4.0, el Big Data, el Blockchain o las Cryptocurrencies, por citar algunos.

Actualmente, no hay prácticamente ninguna empresa líder que no esté preocupada por el cambio que la transformación digital de la economía puede suponer en su ventaja competitiva, temiendo que nuevos modelos de negocio puedan desbancarlas de su ámbito tradicional. Ante este escenario, muchas empresas ya han empezado a buscar socios en los que apoyarse para analizar cómo pueden incorporar estos nuevos habilitadores y emprender un proceso de transformación para reforzar su posición competitiva.

Y es lógico. Según una investigación realizada por Deloitte en 2015, la captura de la oportunidad digital tiene un potencial en términos de capitalización bursátil ocho veces mayor que la de la no captura. En concreto, subirse al carro digital permite: escalar los beneficios sobre la base de clientes y acceder a nuevos mercados; crear valor a partir de una necesidad mínima de activos y de capital mediante modelos de negocio basados en ecosistemas, redes y/ o plataformas; gestionar distintas velocidades de cambio dentro de una misma organización; tener mayor visibilidad sobre las debilidades de un sector y ganar capacidad de respuesta; y ganar consciencia y sensibilidad al riesgo tanto estratégico como operacional.

Uno de los habilitadores más famosos es el Big Data. Pero, a pesar de su popularidad, aún hay empresas que no entienden el concepto o que son reticentes acerca de su capacidad de ponerlo en valor. John Mashey acuñó el concepto en los años 90 vislumbrando que el crecimiento de los datos disponibles en la nueva era digital desbordaba la capacidad de captura, cura, gestión y proceso dentro de un espacio de tiempo tolerable. Este crecimiento exponencial convierte el tamaño de datos a tratar en un blanco móvil y requiere técnicas y tecnologías con nuevas formas de integración que permitan sacar información útil de conjuntos de datos diversos, complejos y de escala masiva.

Lejos de ser un producto de laboratorio divertimento de mentes privilegiadas, muchas empresas ya han adquirido capacidades de análisis avanzado. Y es que su adopción no requiere incorporar a un numeroso grupo de personas con mucho talento, sino sólo tener capacidad de mantener el foco en las facetas del negocio que podemos abordar con Big Data y tener la tecnología a punto para hacerlo (típicamente, se puede implantar en un periodo de 6 a 12 meses).

Un ejemplo práctico de qué tipo de ventaja competitiva nos puede aportar Big Data es la generación de opciones de crecimiento para las empresas. Los analistas pueden escudriñar grandes cantidades de datos procedentes de clientes actuales y potenciales, transaccionales de ventas, datos conductuales, etc. mediante técnicas llamadas machine learning. Machine learning es un tipo de inteligencia artificial que se entrena a sí misma para encontrar patrones calculando correlaciones entre innumerables intersecciones de datos conectados. Los ejecutivos pueden descubrir opciones de crecimiento estudiando los patrones resultantes; por ejemplo, si una empresa de alquiler de coches identifica que sus clientes gastan mucho dinero en servicios de taxi, puede decidir alquilar coches por horas para cubrir necesidades adicionales y, en consecuencia, apostar de forma informada por el crecimiento en un mercado distinto mediante la diversificación de su oferta.

* Gerente de Daemon Quest - Deloitte Digital