En los últimos tiempos, la agitación de los mercados y el desequilibrio de la economía en China han reducido la confianza en el liderazgo del gigante asiático. El estancamiento del consumo interno, las burbujas y la inestabilidad bursátil han tratado de tambalear los cimientos de la economía emergente más importante y, tal y como se han precipitado los acontecimientos, si el país asiático estornuda, el resto del mundo parece que se resfría.

A pesar de los síntomas, China, sabedora de su poder y poseedora de herramientas de control para seguir con éxito al timón de la economía, sigue creciendo a un ritmo de casi el 7% anual, su producto interior bruto representa el 17% de la economía mundial y se mantiene como la segunda economía del mundo solo por detrás de EE.UU.

Ante estos números, es evidente que China no solo juega un papel clave en el mercado global, sino que en los próximos años va a desempeñar inevitablemente una tarea fundamental en el desarrollo mundial. Por eso, cualquier país con visión de negocio debe trabajar para entrar en su juego y participar de su crecimiento. Precisamente, en esta dirección se encaminan los tratados de libre comercio a nivel mundial, que trabajan ya para la deshermetización de los estados.

En el caso de España, el interés por Oriente está aún por despertar. El tejido empresarial español tiene que adquirir conciencia de que sus productos tienen calidad suficiente para competir en cualquier sector dentro del mercado más grande del mundo. Por ello, han de arriar la Marca España como bandera y lanzarse a la conquista de la plaza de consumidores más numerosa a nivel mundial. Pero para que las exportaciones a China dejen de ser la asignatura pendiente de las empresas españolas no es suficiente solo con ofrecer el producto; al mercado más grande del mundo hay que acercarse seduciendo a los compradores chinos con el potencial y la calidad del producto nacional.

*Adrián Díaz es socio de SedeenChina @SedeenChina