Como en todo conflicto, no toda la culpa recae de un mismo lado. En el estrepitoso fracaso de la candidatura mallorquina a albergar los cuartos de final de la Copa Davis han fallado todas las partes. La Federación Balear, pese al denodado esfuerzo de su presidente Toni Ferragut, por no haber sabido ofrecer unas mínimas garantías de que se cubriría el presupuesto; el Ajuntament de Alcúdia por fallar a la hora de movilizar al empresariado de la zona; los hoteleros del norte de la isla por su pírrica aportación -50.000 euros es una cantidad ridícula en un sector que mueve millones-, y el Govern por exigir unas condiciones que sabe que son imposibles de cumplir.
Está muy bien que el Ejecutivo, a diferencia de los tiempos de Matas, mire con lupa el dinero que gasta para evitar dar ningún paso en falso. Pero exigir la presencia de Nadal en un evento a dos meses vista es desconocer, primero cómo piensa el tenista, y después, el volátil mundo del tenis, en el que sabes dónde estás hoy pero no mañana. Se hace difícil creer, como asegura el Govern, que la Balear asegurara la presencia del campeón de Manacor conociendo cómo piensa éste. Se ha perdido una oportunidad única para ver a Nadal en Mallorca. Quizás la última.
