Primero fue un gesto de dolor. Y cuando, muy a su pesar, no le quedó más remedio que abandonar, fue de rabia. Después de estrechar la mano a la juez de silla Eva Asderaki y abrazar a su rival Marin Cilic, lanzó la muñequera al suelo, impotente por tener que retirarse en pleno partido por octava vez en su carrera (3/6, 6/3, 6/7(5), 6/2, 2-0 y abandono después de tres horas y 47 minutos.

Fue tras el quinto juego del cuarto set. El croata, número seis del mundo, un guerrillero en la pista, se había anotado su cuarta manga en ese parcial, por solo una de Nadal. Fue cuando el mallorquín solicitó la presencia del fisioterapeuta de la ATP. Se tendió sobre la pista, y sus gestos de dolor transmitían la peor señal posible. Se cubrió el rostro con la toalla mientras era sometido a masajes en la parte superior del muslo de su pierna derecha, cerca de la inserción de la ingle con el pubis. Cualquier otro jugador hubiera arrojado la toalla en aquel mismo instante. No Nadal, que, en contra de los consejos de su equipo, que le invitaban a abandonar, quiso probar. Pero era alargar la agonía. Conservó su servicio tras remontar un 0-40, pero acabó cediendo el set por 6/2.

La quinta manga fue para la galería. Con una cojera evidente, Nadal cada vez ofrecía menor resistencia y, tras ceder su servicio en el segundo juego, dijo basta. No tenía ningún sentido seguir. Nadal estaba tocado física y anímicamente, porque se veía bien para intentar el asalto a su segundo Open de Australia y convertirse en el primer jugador en la Era Open (1968) en conquistar al menos dos veces cada uno de los cuatro grandes. Es la octava vez en su carrera que abandona en medio de un partido, cuatro en las antípodas.

Probablemente hoy se conozca el alcance de su lesión, que no le evitará tomarse unas semanas de descanso absoluto. Su presencia en el torneo de Acapulco, del 26 de febrero al 4 de marzo, está en el aire.

Nadal tenía el partido encarrilado tras adjudicarse el tercer set en la muerte súbita, que pudo haberse decantado de cualquier lado. Porque el campeón de dieciséis grandes tenía al otro lado de la pista a un rival dispuesto a dar la campanada y a derrotarle por segunda vez tras casi una década sin conseguirlo. Desde 2009 en Pekín, en el primer enfrentamiento entre ambos, no ganaba Cilic a Nadal.

El croata, un gigante de casi dos metros pero con una agilidad en las piernas impropia de su estatura, estaba enchufado. Desde el primer momento demostró que no es un jugador solo con un saque descomunal -llegó a servir a 214 km/h-, sino que se mueve con mucho criterio desde el fondo de la pista, con una derecha cruzada temible y un golpe paralelo plano que le dio muchos puntos.

El tercer set fue una lotería. Ambos jugadores llegaron igualados al final del mismo tras conservar sus respectivos servicios, con mayor dificultad el de Manacor, que superó incontables pelotas de rotura. Tras desperdiciar Nadal una pelota de set, la muerte súbita fue un recital de roturas por parte de uno y otro jugador. Con empate a cinco, Nadal rompió el servicio a un Cilic al que se le fue la pelota con toda la pista para él. El número uno, que lo seguirá siendo cuando finalice el domingo el torneo, no dejó pasar la oportunidad de apuntarse el set con su servicio.

El cuarto set empezó con normalidad, conservando ambos sus respectivos servicios. Hasta que Cilic, ganador del US Open en 2014, rompió en el cuarto juego. Fue el principio del fin de Nadal, que al siguiente juego reclamó la presencia del fisio. Volvió a la pista, pero ya no era el mismo. Un segundo triunfo en Australia tendrá que esperar.