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Opinión: Nadal contaba con Wimbledon, por Matías Vallés

El mallorquín asumió la derrota ante el burócrata Muller como una de las mayores decepciones de su carrera

La buena noticia de la eliminación de Rafa Nadal es que el tenista mallorquín contaba con ganar Wimbledon. De ahí que, tras el exceso de confianza inicial, se batiera con el celo de un principiante en un quinto set archivado para la historia del tenis. No se refugió en la rendición honrosa, en una superficie donde se muestra errático porque le parece impropia. Quiso enterrarse batido en la hierba.

Para los amigos de las premoniciones, la derrota de Nadal en los octavos de final de Wimbledon se gestó en los últimos juegos de dieciseisavos ante Khachanov. De repente, y sin mediar aspiración manifiesta del rival, el mallorquín se apartaba de la senda maciza que le habían otorgado casi treinta sets consecutivos sin apelar siquiera a la muerte súbita.

El burócrata Muller no se comportó en octavos como contrincante, actuaba de verdugo. El luxemburgués austericida parecía un comisario de la Unión Europea, enviado a Londres para liquidar el brexit. No sudó, no sonrió, no se arrojó al suelo. Recogió su maletín de instrumentos de tortura y se dirigió a inspeccionar a otra víctima de su austeridad.

A Nadal le sobraban los motivos para confiar en su tercer Wimbledon, el primero en siete años. Desde enero había recuperado el mejor tenis a que le autorizan sus actuales prestaciones.

Sin molestias físicas de entidad, se enfrentaba además a un cuadro de líderes desmejorados. El desvanecimiento de Djokovic es tan inexplicable como su fulgor, el quinto set es un Everest para Federer, nadie se ha tomado nunca en serio a Murray.

En cuanto a la jauría de perseguidores, el espíritu de sacrificio no figura entre sus virtudes descollantes. Sobre todo, Nadal ha aprendido a manejar un arma disuasoria para aspirantes a tumbarle, el miedo que inspira a los cachorros. Gana partidos con su nombre, el susto que provoca la mera exhibición de su pedigrí le ha allanado más de una victoria.

Conviene precisar que Nadal no inspira el miedo suscitado por un campeón exhibicionista, sino la convicción íntima de la derrota que cala en el ánimo del rival. Nadal mata, pero no es un matón.

Estaba convencido de ganar Wimbledon, pero simulando su habitual modestia. Es decir, disimulando su fiero orgullo. Pensaba circular agazapado hasta el fin de semana decisivo, obtener el trofeo por arrimo.

El minucioso plan fue desbaratado en el duelo entre un jugador de metro ochenta y otro de metro noventa. Se escenificó el debate por antonomasia del tenis contemporáneo, el servicio asesino contra todo lo demás. Nadal buscaba los golpes a la cintura, ante la imposibilidad de alcanzarle el rostro a su luxemburgués. El miedo solo le sirvió para prolongar la agonía en un 16-14.

¿Por qué ahora le duele más a Nadal? En los comienzos, cada victoria compensa a diez derrotas. Con la edad, el dolor de cada derrota supera al placer obtenido en diez victorias. Hagan cuentas.

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