El problema de los insultos y la violencia en el fútbol base, no solo balear sino nacional, no es un problema de este pasado domingo, viene de lejos y nadie, hasta ahora, ha querido tomar medidas drásticas, aunque cada vez que ha trascendido un hecho que ha llamado la atención de los medios de comunicación todos -clubes, federación y los políticos de turno-, han salido a la palestra para anunciar que este será el último caso.

Desde la experiencia que da haber sido padre de un futbolista de categorías inferiores puedo certificar que hechos como los ocurridos en Alaró -tal vez no en la misma magnitud que los del domingo-, se producen casi casi domingo sí, domingo no en algún partido. La única diferencia está en la repercusión gracias a un vídeo y las redes sociales.

En más de una ocasión he sentido vergüenza ajena al ver cómo un padre, ya fuera de mi equipo o del rival, insultaba al árbitro de turno, a un jugador contrario, o a otro aficionado. Vergüenza al ver como algunos técnicos no inculcan a sus jugadores valores como el respeto al rival, instándole a hacer faltas o usar todo tipo de triquiñuelas con el único fin de ganar el partido. Y todo ello en estas categorías inferiores en las que los niños se forman no solo como deportistas sino también como personas. Lo que se debe hacer es dejar fuera del fútbol a todos los que así actúan.