Miles de niños juegan en las categorías inferiores del fútbol mallorquín. Sin ánimo de ofender, ninguno de ellos será Messi si atendemos a las estadísticas. Peor todavía, casi todos ellos están perdiendo el tiempo, si sus responsables y entrenadores conciben la competición como una inversión económica de futuro. Debiera ser lo primero que aprendieran los jugadores y, sobre todo, sus padres.

Tu hijo no será Messi. Esta convicción íntima no ha sido anulada por la contemplación de los torpes esfuerzos del chaval, sino por someterse en exceso a una dieta de fútbol -el deporte único- asociado a la gloria. Cada vez que entrevisto a un responsable deportivo, le pregunto protocolariamente si el padre es el peor enemigo del atleta incipiente. Se muestran unánimes en que tienen más problemas con el entorno de chicos de doce años que con los propios aspirantes a estrella, a menudo demasiado conscientes de sus limitaciones.

Todos íbamos a ser Messi a los trece años. O Corbalán, en mi caso. Por fortuna, dispusimos de entrenadores que conocían perfectamente nuestras carencias, así como las coordenadas provincianas de la competición que disputábamos. Y sobre todo, teníamos junto a la pista a padres razonables. Casi abúlicos, cuchicheaban entre ellos y nos aplaudían someramente. Nunca alzaban la voz, ni siquiera recriminaban al árbitro, respetaban absolutamente al entrenador. Conocían su papel.

La ferocidad del instinto de emulación y la figura del padre contraproducente explican la batalla literalmente campal de Alaró, sin justificarla. Adultos mallorquines, los seres más pacíficos del universo, se enfangan junto al césped herbívoro en excesos carnívoros que jamás cometerían en la vida real. O eso esperamos. La deflagración de la autoestima con la testosterona viene marcada por una sociedad gobernada por el lema de triunfo o muerte. Pues lo siento, pero tu hijo no será Messi. Es decir, lo tiene todo para llegar a la felicidad, porque el error inicial lo cometió quien confundió a las estrellas deportivas con modelos de vida sana.