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Minuto 91

Mallorca deja su sello en Río

Acabaron los diecisiete días de gloria, los Juegos Olímpicos de Río, con un papel más que digno de los deportistas mallorquines y de la representación española, con 17 medallas. Está claro que el deporte español ha dado un salto cualitativo importante desde los recordados y añorados Juegos de Barcelona, cuando se lograron 22 medallas, una cifra nunca más alcanzada. Pero el número de preseas se mueve desde entonces en torno a las veinte. ¿Suficientes? No deberían serlo si nos comparamos con los países de nuestro entorno. Gran Bretaña ha alcanzado las 60 medallas, 37 Francia, 35 Alemania y 25 Italia. Por lo tanto, papel digno sí, pero insuficiente para que el ministro de Educación y Deporte se atreva a decir que los "deportistas españoles son admirados en todo el mundo". Menos lobos.

La representación mallorquina es de nota. Dos de los siete oros españoles llevan firma de Mallorca, el de Nadal en el doble de tenis junto a Marc López y el de Marcus Cooper en piragüismo. El carácter competitivo del tenista de Manacor ha quedado una vez más de manifiesto en Río. Tras dos meses ausente, dio la cara hasta la última pelota en individual y, en dobles, se colgó su segundo oro olímpico tras el conquistado hace ochos años en Pekín. Mención especial merece la plata de Alba Torrens, que tras la ausencia por lesión de Sancho Little, ha asumido galones y ha liderado al equipo del incombustible Lucas Mondelo. Así como el bronce de Rudy, Abrines -aunque con un papel testimonial- y del menorquín Llull en baloncesto, en un torneo irregular pero que ha acabado con un buen sabor de boca. Los diplomas de Pons en natación -excepcional su clasificación para la final olímpica-, Bustos en 1.500 -brillante su papel en la final-, Benavides -de nuevo a las puertas de la medalla en el colmo de la mala suerte-, Mola -pese a que su octavo puesto sabe a poco- y el propio Nadal, cuarto en individual tras un épico partido ante Nishikori, no hacen sino corroborar la buena salud del deporte mallorquín.

Decíamos ayer. Puede ser un buen comienzo de crónica del Real Mallorca. El estreno de la temporada 2016-17 no ha diferido mucho de la actuación general del equipo en la pasada temporada, es decir, pésima. La imagen mostrada por el grupo de Vázquez ante el modestísimo Reus, un recién ascendido, dejó mucho que desear. Da la impresión de que el técnico todavía no tiene claro a lo que quiere que juegue su equipo. Por no hablar de la actitud de muchos de los jugadores. Se perdió una inmejorable oportunidad para empezar bien -que ya toca después de cuatro temporadas perdiendo- y de generar ilusión en una afición que ya no sabe qué pensar y que se volvió a llevar un disgusto morrocotudo. Y van.

Es pronto para sacar conclusiones. Es verdad que esto no es cómo empieza sino cómo acaba. Pero el comienzo no ha podido ser más triste. Como la pasada temporada, se ha vuelto a confeccionar una plantilla sin haber desembolsado un euro, lo que no invita precisamente al optimismo, y muchos de los refuerzos son desechos de otros equipos. Son muchos los que se preguntan porqué el club ha invertido, y no precisamente cantidades pequeñas, en el césped del estadio, en la sala de jugadores o en las oficinas, que está muy bien porque es en beneficio del club, y no ha hecho lo mismo en fichar futbolistas de calidad contrastada y que marquen la diferencia. No la marcan, por ejemplo, ni Santamaría en la portería ni Lekic en la delantera, dos demarcaciones clave en cualquier equipo que aspire a algo importante. Urge un cambio radical a riesgo de volver a vivir otra temporada de pesadilla.

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