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Tribuna: ¡Vamos Rafa!, por Luis Sánchez Merlo

Tribuna: ¡Vamos Rafa!, por Luis Sánchez Merlo

Cuando he tenido conocimiento que una ex ministra de nada, con muy mala sombra, ha insinuado que los triunfos de Rafel Nadal toman razón en la droga, lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido qué habrá pensado de semejante disparate mi amigo Juan Binimelis, un ebanista triple A, de Manacor, con el que tengo una cuajada complicidad, tras comienzos borrascosos hace ya veintitantos años.

Cada vez que su paisano Rafel -como le llaman en su pueblo- ganaba Roland Garros (lo ha logrado en nueve ocasiones) comentábamos la hazaña con una mezcla de admiración, orgullo y curiosidad por todo lo que rodeaba al tenista. El chafardeo se veía favorecido por la vecindad de Juan con los Nadal Parera, tanto por parte paterna, cristaleros, como materna, con la figura del abuelo, músico, como tótem dominante.

He coincidido con Rafa, siempre con la isla al fondo, compartiendo los colores blancos de su otra pasión deportiva: el fútbol. Nunca he visto una mueca, un mal gesto, una negativa a hacerse una foto o firmar un autógrafo. Paciente, educado, sonriente...siempre.

Pocos deportistas habrán dado a su país tantas satisfacciones como Nadal nos ha regalado a los españoles. Los momentos de felicidad que nos ha hecho pasar son valiosos e inolvidables, en esas largas sobremesas de domingo, viéndole por televisión disputar cada bola, cada set, cada saque, desplegando el sudor de un esfuerzo inhumano.

La modestia, la sencillez y la sobriedad mallorquina de este joven manacorí le han convertido, en unos pocos años, en un icono para buena parte de la sociedad española. Sin distinción de edades ni territorios, Nadal es el nieto, hijo, yerno soñado porque representa valores muy apreciables: la humildad, la fuerza de voluntad, el afán de superación, el juego limpio, la sana ambición de triunfar, el coraje en la pista de trabajo, la rabia en la derrota y la sobriedad en la victoria. Y tantas otras más.

Estas virtudes han convertido a un joven de treinta años (en junio) en un héroe nacional. Y probablemente en algo más, en un bien preciado del que los mallorquines y el resto de españoles se sienten orgullosos y a las pruebas me remito: si se hiciese un recuento de partidarios, el resultado sería abrumador. Los españoles, desde Finisterre al Cabo de Gata le consideran como algo propio, un tesoro irrenunciable.

Y ahora que Nadal llevaba algún tiempo privándonos de trofeos, por culpa de una maldita sucesión de lesiones, mira por dónde, una metepatas francesa, de la cuadra de Sarkozy, irrumpe en el escenario, sembrando dudas sobre la limpieza de los éxitos del joven tenista, al que asocia con el consumo de drogas, tras el peregrino burladero argumental de una ausencia prolongada de las pistas de tenis, durante el tiempo en que ha estado recuperándose de lesiones encadenadas y mal curadas.

Por esa mezcla de imprudencia y cinismo -resulta difícil hacer más daño por mucho que alguien se lo proponga- una mayoría de los españoles se siente atacada en lo más intimo. Carezco de elementos para desmentir rotundamente las acusaciones y desconozco las pruebas que pueda tener esta buena señora para hacer tan graves insinuaciones pero tengo la certeza moral de que se trata de una acusación falsa. Va a tener que probar lo que dice porque ni Nadal ni sus seguidores se van a quedar inertes y dejar esta insidia en los terrenos sinuosos de la levedad, algo propio de tiempos líquidos como estos.

Esta trapacera merece una aclaración contundente. Primero, por él, y después por todos nosotros. No puede quedar coleando y a media penumbra algo tan grave como es sembrar la duda -con la escoria de la droga- en una carrera tan excepcional y virtuosa como la suya.

En su último libro, David Foster Wallace, mito de las letras estadounidenses, aunque sólo tiene ojos para Federer, no pasa por alto la talla de Rafa Nadal, "el hombre que con su superioridad mental ha llevado a sus límites el estilo moderno de juego de fondo..." y le sitúa en el parnaso del tenis, lejos del alcance de los hombres.

Un rumor, una calumnia o lo que sea, no basta para arrumbar el mito de un extraordinario deportista español, que escucha el himno nacional con tanto respeto y con tanta frecuencia como atestiguan sus continuos triunfos deportivos. Con Nadal, la alcaldesa de París, la gaditana de origen Anne Hidalgo, tiene una deuda, el nombramiento de Nadal como hijo adoptivo de la ciudad de la luz donde siempre ha dado una lección de esfuerzo ejemplar. Aunque se trastabille con el francés, que vete a saber si no es esa una de las causas de tanto antagonismo en las pistas que toman su nombre del aviador francés, Roland Garros.

Nadal es bien de Estado y, como tal, merece reconocimiento, calor natural, apoyo sin límites y contundencia en la defensa. No se podría entender que quienes tienen que movilizarse, permanezcan en la zona confort, mala práctica a la que no conviene acostumbrarse. Han declarado la guerra a una parte de nuestro corazón y no vamos a parar hasta que nos den la razón. El lo merece y nosotros también.

¡Vamos Rafa!

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