El Madrid afrontó el partido como una sesión de ruleta rusa, con siete jugadores blancos presionando en el campo del Barça sin el balón en propiedad. El planteamiento kamikaze acumulaba más adrenalina que la película Non-Stop, el encuentro también era un avión a punto de estallar. La emoción estaba garantizada, así como los goles entre escuadras que alineaban a dos monstruos que suman 600 dianas en todas las competiciones, 400 en la Liga. Empezando por el final, los blancos perdieron en la tanda de penaltis.

Sin embargo, Messi y Ronaldo cedieron el protagonismo inicial a zampabollos Benzema. El jugador esferoidal disparó por siete veces a puerta descubierta en media hora. Marcó por partida doble sin perder su media sonrisa, y mereció el hat trick que le acercara a los 38 que suman los dos amos de la Liga, después de que el argentino empatara ayer con el portugués en los estratosféricos tripletes. Por dos ocasiones, el Paquirrín transpirenaico desafío la ley de la gravedad y cabeceó a un palmo del suelo, una altura inalcanzable para los empequeñecidos defensores azulgrana.

El cardenal Ancelotti, consejero delegado florentino de Florentino, se desmelenó. Quiso explotar con su estrategia suicida las carencias defensivas de un Barça que ha impuesto el fútbol de jugadores sin carrocería. En las antípodas de la trompetería de Mourinho, el técnico italiano serviría lo mismo para dirigir un partido de fútbol que para construir una carretera, canalizando siempre las instrucciones del presidente.

Keynes diagnosticó que a largo plazo todos estamos muertos, y la ruleta rusa también cursa con resultados letales a medio plazo. Sobre todo si el revólver cargado cae en manos de Messi. Este prodigio no piensa, es. Así que en el intermedio igualó a Benzema con otros dos goles. El primero se lo entregó a Iniesta, en el segundo corrigió a un Neymar francamente desacertado en la toma de decisiones. Neymar y Bale, otro inglés de vacaciones en España, demuestran que no hay que pagar a alguien porque lo valga, sino para que lo valga. Esta distinción esencial ha sido arruinada por la reforma laboral de Rajoy.

En la ruleta rusa también puede salir el tiro por la culata, sobre todo si se incorpora un árbitro a la función. Undiano Mallenco logró señalar dos penaltis injustos en un suspiro. Como nada es casual, sus delirantes faltas máximas castigaron con igual arbitrariedad a ambos bandos. El empate era el único resultado justo del tiroteo que desembocó, agotadas las fuerzas, en el parchís eficiente pero tedioso que hasta los directivos del Bayern denuncian en la estela de Guardiola. Sin embargo, al colegiado no le quedó más remedio que pitar el único penalti acertado de la noche, cometido a cuatro manos por Marcelo y Xabi Alonso.

El ritmo frenético de un partido desbocado logró abstraerme de una cuestión candente que combina la filosofía y el deporte único. En su alegato ´No tan incendiario´, Marta Sanz se pregunta "¿es posible ver el fútbol sin remordimientos?" Tras cavilar en torno a tan crucial enunciado, el interrogante correcto plantearía "¿es posible perderse un Madrid-Barça sin remordimientos"? Se necesita mucho coraje para ignorar una confrontación más exigente que un combate de MMA, el cóctel de disciplinas marciales que enjaula a los contendientes para que se aporreen sin límites. Pese a ello, dan ganas de ensayar la abstinencia algún día, quizás el siglo entrante.

La derrota del Madrid desacredita su planteamiento revoltoso, aunque los espectadores agradezcan el arrebato de locura. El partido no solo iguala a ambos equipos por los efectos del golaveraje, sino que demuestra que Messi vale por la suma de un Ronaldo desangelado y del orondo Benzema. A cambio, el astro argentino se erige en la única opción del Barça. Todas las oportunidades pasan por sus pies. Jibariza a sus compañeros, hasta el punto de que probablemente parecen peores que si no contaran con su concurso. Descansa saciado en largas fases del choque, pero su revólver siempre guarda una bala más.