A falta de una dotada condición técnica o virtuosa habilidad en el manejo del balón, todo futbolista tiene la obligación de tirar de energía, concentración y espíritu de lucha que le permitan competir en inferioridad de condiciones. No es menos cierto que no es fácil encontrar a un jugador que reconozca sus limitaciones. Todos llevan dentro un Beckenbauer, Cruyff, Baresi o incluso y por qué no, un trocito de Maradona o Messi. Uno de los trabajos del entrenador consiste en poner a cada cual en su sitio sin menoscabo de su autoestima a fin de obtener su máximo rendimiento.

Caparrós ha tenido ya tiempo. para valorar individual y colectivamente a su plantilla. Sabe que, a diferencia de lo que tenía en Bilbao, no dispone de ningún Llorente, Javi Martínez, Orbaiz o Iraola. Es decir, no tiene organizadores; un delantero goleador, superior en el juego aéreo y capaz de moverse con soltura de espaldas a la portería o un solo lateral que domine la banda tanto en defensa como en ataque. Por eso busca otras soluciones e intenta, entre ellas, buscar menos el toque y más la velocidad, la anticipación y la definición. En definitiva, una mayor competitividad en función del carácter de su plantel sobre el terreno de juego.

Ya decía Luis Aragonés que en el deporte de élite hay que saber competir. Ya no se trata de hacerlo mejor o peor, contando que siempre hay un contrincante que también dispone de sus armas, sino de ir a por cada balón por imposible que parezca alcanzarlo, correr más que el enemigo, hacerle saber cuál es tu territorio. Y en esas estamos, claro.