Efectivamente, mal día para dejar de fumar. Como se temía, las críticas despertaron a la ´bestia´, Leo Messi, que antes del cuarto de hora marcó, de penalti, su primer gol en tres partidos, y a la media hora ya llevaba tres. El Mallorca ha pagado, y de qué manera, los platos rotos de un Barça enfadado, picado en su amor propio por bajar el pistón en los últimos partidos. Como si no se lo pudieran permitir. Messi estaba cabreado, con ganas de completar un partido superlativo y callar bocas.

Tuvo el equipo de Guardiola a un amigo en el Mallorca, por mucho que Caparrós pusiera un campo de minas en el centro del terreno de juego con tres hombres de corte defensivo, como Joao Víctor, Martí y Tissone. Las bandas fueron para Nsue y Castro mientras que en punta debutó Alvaro. Como se preveía, tocó muy pocos balones porque el Barcelona se hizo dueño del esférico desde el primer minuto. Lo cogió y no lo soltó. Fue un monólogo azulgrana en toda regla.

Doce minutos resistió el Mallorca, que a los seis gozó de su única ocasión, clara, en un centro de Bigas que no aprovechó Joao Víctor. En este fatídico momento, el árbitro decretó penalti unas manos de Nsue delante de Adriano, ayer en posición de extremo izquierdo. Posiblemente lo sean, pero este tipo de jugadas cada vez son más difíciles de pitar. Habría que unificar el criterio porque una cosa está clara: ni Nsue ni nadie pueden saltar con los brazos bajados. En cualquier caso, penalti que, a diferencia del partido ante el Sevilla, Messi lo lanzó por la escuadra, lejos del alcance de Aouate.

La estrella azulgrana se quitó de un plumazo la ansiedad, si es que algún momento la tuvo. Y a partir de ese momento, todo fue coser y cantar para él, ante un rival que opuso nula resistencia.

Caparrós no salió a ganar, ni tan siquiera a empatar, sino a perder por el menor número de goles posible. A poco más podía aspirar mirando la nómina de uno y otro equipo, uno marcado por la excelencia y la abundancia; el otro, por la vulgaridad y la miseria.

El técnico mallorquinista convierte cada partido en una oda al juego rudimentario, en donde prima el pelotazo a ninguna parte y se hace casi imposible ver tres pases seguidos. Con De Guzmán en el Villarreal, no hay en el Mallorca un jugador con su toque y visión periférica, con su facilidad para enlazar las líneas y descontar rivales a través del pase.

Con ventaja del Barça, el único interés estaba en si Messi se tomaba o no el partido en serio. Para desgracia del Mallorca, el argentino estaba dispuesto a pasárselo pipa. A los veinte minutos marcó el segundo a placer, a pase de Adriano, que previamente había recibido de Cuenca desde el otro extremo. Cuenca y Adriano, dos suplentes –Guardiola dejó en la grada a Xavi y a Iniesta y Cesc en el banquillo–, tuvieron su noche de gloria. Y es que Cendrós y Bigas se lo pusieron muy fácil.

El tercero de Messi llegó a la media hora al rematar un centro de Alves al que no llegó Chico. A Aouate, una vez más, le dejaron solo. El partido podría haber acabado en aquel momento. Seguro que tanto Caparrós como Pep Guardiola lo hubieran agradecido.

Caparrós dio entrada, tras el descanso, a Zuiverloon por un perdido Tissone y a Crespí, que debutaba esta temporada, por Ramis. El central mallorquín tardó cuatro minutos en cometer un error de bulto que costó el cuarto gol, obra de Cuenca. Le esperaba una segunda parte muy larga al Mallorca, que no tiene nada de lo que presumir. Nada le distingue. En el Camp Nou, los once futbolistas fueron meros espectadores. Entraron al campo derrotados, como preguntándose cada uno de ellos "¿qué hago yo aquí?" No pudo tener el Barça mejor invitado para solventar sus supuestos males. Salvo a los seis minutos, ni un remate, ni una parada para recordar de Valdés, ni una sola acción de peligro. Nula resistencia ante un rival que hubiera marcado los que hubiese necesitado. Y para suerte del Mallorca, decidió que cinco goles eran suficientes. Y el sábado, el Sevilla de Javi Varas, en un partido en el que no se puede volver a fallar. Lo de ayer, mejor olvidarlo cuanto antes.