Ya ven, una prueba más de que ese muchacho está hecho con la pasta con la que se fabrican los sueños. Conozco muy pocos pilotos, poquísimos, que, pese a tener el Mundial perdido (lo reconoció abiertamente el mismo sábado en Phillip Island) empujen y empujen hasta la última gota de sudor y, especialmente, hasta el último gran premio o más allá. Jorge Lorenzo, que está en una habitación de un hospital de Melbourne recién operado de su dedo anular izquierdo, destrozado al quedar atrapado, dicen, con la maneta del embrague de su Yamaha M1 en la sesión previa al Gran Premio de Australia, ya saben, esa que hacen de un cuarto de hora la mañana del mismo domingo para saber que su moto está a punto, no quiso ceder su trono, su título, el galardón que aún luce hasta el último suspiro.

Y fue, precisamente, en ese último giro del último minuto del último cuarto de hora previa a la salida cuando quiso demostrar que estaba vivito y coleando y que, también ayer, sí, también en ´Casey Island´, el trazado favorito de Casey Stoner, pues es su casa, se corría el día de su cumpleaños (26) y en el circuito donde había ganado los últimos cuatro años, iba a intentar retrasar un gran premio más la coronación del nuevo y flamante campeón, el muchacho que, en efecto, se había ganado esa corona tras ganar 10 carreras, conseguir 11 ´poles´ y no bajarse del podio nada más que en una carrera, la de Jérez, donde le tiró Valentino Rossi. "Es un dignísimo campeón", había repetido Lorenzo. Con un cohete bajo el culo pudo añadir.

Lorenzo, que si se subía al podio obligaba a Stoner a retrasar la fiesta, la celebración, hasta el próximo domingo en Sepang (Malasia), había realizado unos excelentes entrenamientos, cierto, muy detrás de Stoner pero delante del resto de la flotilla de Honda, mejor que Marco Simoncelli, Dani Pedrosa y Andrea Dovizioso. Y se veía capaz de subir, de nuevo, al ´cajón´ y mantener vivo un campeonato que tenía dueño y señor. Pero como suele ocurrirle a todos aquellos que juegan sobre el alambre y van a más de 300 kilómetros por hora, la moto se le escapó de las manos. Y mira que parecía, que era, una caída normal, absurda, del montón, pero tuvo la mala suerte de que su mano quedó atrapada y su dedo anular izquierdo destrozado.

Y ahí se acabó todo. ¿Hasta cuándo? Pues no se sabe, aunque sabido es que este gladiador deseará estar este fin de semana en Sepang aunque ya lo tenga todo perdido. Bueno, todo no. Le queda el coraje, el honor, la fuerza, la ilusión y, sobre todo, demostrar que el campeón sumará un subcampeonato a su extraordinario palmarés. No deja de ser curioso que Lorenzo, al igual que le ocurre al laureado y glorioso Fernando Alonso, va a conseguir acabar el año con un subcampeonato sin tener la mejor moto. Tampoco el Ferrari es el mejor coche de la parrilla. Pero Lorenzo sí es el segundo de la fila. Y el primero de los otros.