Según Toni Nadal, Michael Laudrup aportaba prestigio. Seguramente se refería al que el danés obtuvo como jugador, ya que en su calidad de técnico no gozaba de ninguno. Si quiso referirse a sus exquisitas formas, no ofenderemos a nadie dando a entender que los demás no las tienen pero, como ya hemos comentado recientemente, el banquillo del Mallorca no necesitaba un caballero, puestos a considerar al cesante como el único educado del patio, sino un entrenador. Y Caparrós lo es.

Tampoco son comparables cuantitativa y cualitativamente sus respectivas trayectorias al frente de diversos equipos, ni sus sistemas de entrenamiento, sus horas de dedicación, su modo de vivir los partidos o su atención permanente al fútbol de base. Y aunque no nos corresponde a nosotros valorar las cuantías económicas de sus respectivos contratos, la diferencia evidente del caché de cada uno de ellos no responde al capricho de sus representantes, sino a su cartel, como en el cine, la música, los toros, la literatura o, en definitiva, cualquier actividad profesional remunerada.

El fichaje de Joaquín Caparrós ha generado un toque de ilusión donde antes solamente lo había de distinción. Y el club precisaba ofrecer algún incentivo a una afición, Federació de Penyes aparte, decepcionada después de tantos años de convulsiones sociales, económicas y societarias. Dada la demostrada seriedad del sevillano, sólo albergo una duda y es si alguien le ha explicado que esto no es A Coruña, ni Sevilla, ni Bilbao, que aquí el campo está rodeado de pistas de atletismo y que en las gradas hay más plástico que espectadores, que los árbitros no le pitarán igual que en San Mamés o las palmas de ánimo suenan igual que las de tango.