Más de 400 ciclistas nos dimos cita el sábado en la línea de salida de la segunda edición de la marcha internacional Mallorca 312, en el Iberostar Hotel Playa de Muro. Una segunda edición que rozó la perfección de organización, con Xisco Lliteras y Miquel Alzamora al frente. Un pelotón heterogéneo que a las 07:00 horas compartía ilusiones y miedos ante una jornada larga y dura.

El reto era dar la vuelta a Mallorca, cubrir 312 kilómetros, en menos de 14 horas. Nos esperaba, sin duda, el día más largo de nuestras vidas. Para muchos arrancó a las 05:00 de la madrugada, con el desayuno y los preparativos.

De inicio tuvimos que soportar el viento lateral. Un pésimo enemigo que sufrimos toda la jornada y que de regreso nos dio de cara. Las nubes amenazaban, pero su peligro se quedó en eso. Neutralizado nos plantamos ante el Coll de Femenía, con la premisa de no gastar, que la processó es llarga y el ciri curt. Intento pillar un ritmo cómodo y dejar que sea la carretera quien escoja a mis compañeros. Paso al grupo de ayuda Vida-Raid. De momento no les necesito, pero es bueno saber que están detrás.

Tengo la sensación de rodar entre gigantes, cuando estoy junto a Toni Tauler, Óscar Pereiro, Pedro Horrillo o Sean Kelly. Intentar ir con ellos es una temeridad, aunque la rueda del mito irlandés fue asequible un rato. En dos horas cae el primer puerto y una después llegamos al primer avituallamiento. Por cierto, se sigue echando en falta iluminación en lus túneles del Gorg Blau y Monnaber.

Cadencia moderada

Las caras empiezan a repetirse. Con Franz, un gigante alemán, subimos el Coll de son Bleda a buen ritmo. Sin abusar de desarrollo, con una cadencia moderada, para no elevar las pulsaciones.

Tras Deià, llega el temido kilómetro 82´5 y sa Pedrissa. Paso sin calentarme. A mi rueda un catalán que puede presumir de alguna Quebrantahuesos, encantado por el paisaje y destacando los privilegios de los mallorquines.

Llega el avituallamiento sólido de Valldemossa, donde los voluntarios se desviven y nos ayudan a reponer fuerzas. Los ilustres Pereiro, Horrillo y Tauler se lo toman con calma, y tras un necesario descanso arranco a su rueda, pero rápidamente la carretera me pone en mi sitio. Paso el Coll den Claret en solitario, y de bajada aprieto tras un alemán con una bici de triatlón. Quiero evitar la soledad y encuentro caras conocidas. Una grupeta que me viene bien para pasar la zona de Banyalbufar a Andratx, poco habitual para mí. Entre los cuatro lo llevamos bien y a las 13:oo nos plantamos en Calvià.

Ha pasado lo peor y estamos enteros. Cambio de acompañantes. Me quedo con dos de Albacete –José y Toni– y un trío alemán, que colabora a tirones. Tomo las riendas hacia Cap Blanc para marcar un ritmo asequible y regular.

A partir de ese momento comienzan mis interrogantes. Cae mi récord de kilometraje al superar los 177. No he descuidado la comida, ni la hidratación. Voy bien. En el Cap Blanc con 190 en las piernas, viendo que el viento vendrá de cara hasta Artà decidimos descansar y esperar a más gente, para hacerlo más llevadero.

Llegan Alister Irvine y la gente de Sportactive, con los que nos entendemos y, con relevos, llegamos al siguiente avituallamiento en poco más de una hora. Mi rodilla izquierda empieza a darme molestias. Tomeu Coch, a pesar de sus 115 kilos, propone un premio para el "més feixuc". En Ses Salines nos comemos un bocata de jamón. Basta de glucosa.

El aire sigue desgastándonos y la rodilla me incordia, pero aguanto sin escaquearme en los relevos. Los repechones se me atragantan, pero con el plato pequeño y forzando la derecha los paso. Llegamos a Porto Cristo, 48 para meta y avituallamiento, pero antes una tremenda rampa me cuesta alguna lágrima.

Castigado por la rodilla

En el control recurro al hielo para mitigar el dolor. Seguimos hacia Artà y cae alguna gota testimonial. A 33 de meta mi rodilla dice basta, bajo el ritmo, el grupo quiere esperarme y les indico que sigan, ya llegaré, supongo. En Artà, última parada, la parroquia me anima con sus aplausos. El director de carrera, Xisco Lliteras, me dice "ya está, ya llegas y es cuesta abajo. Han pasado algunos que traían peor cara que tú, te veo bien".

Me olvido de la rodilla, para echar el resto e intento aprovechar las inercias para pasar los tres últimos repechones y entro en Can Picafort. Llano hasta meta, mi objetivo va a caer. Terminó con 13 horas y 14:52 minutos, al grito de: "Sí, se puede!". Un bautismo de fuego. Mas de medio día dando pedales.