Marinaleda, el pueblo rojo de pleno empleo, se ha hecho suya la frase del revolucionario mexicano, Emiliano Zapata, "la tierra es para quien la trabaja". Ayer, con su séptimo título seguido en la tierra del Principado, Nadal demostró que la tierra es suya. Y eso que delante tenía a otro español, David Ferrer, que tiene en su ADN correr todas la bolas. No estaba Djokovic en Montecarlo, el jugador que le ha ganado en la gira americana y del que se espera la certificación en los torneos de tierra si quiere alcanzar este año el número uno.

Si las lesiones y el cansancio le respetan, Nadal tiene por delante su ciclo de arcilla. Manda como nadie en el resto y en esta superficie el servicio es un golpe más. Ayer lo demostró ante otro buen restador, el de Jávea. Pero a Ferrer le faltó una de las recetas del mallorquín: su aplomo en los momentos decisivos. A Ferrer le entró ´el dodotis´ en un par de momentos claves y esa doble falta cuando parecía que el partido se alargaría dio con todas sus esperanzas al traste.

La obligación moral de jugar el Godó le puede pasar factura. Un torneo menor montado sobre una figura y con los dirigentes tenísticos españoles en la organización. Claro que siempre le queda tener un mal día en las primeras jornadas y venirse a Mallorca a que su madre le guise mientras descansa pescando o jugando al golf con sus amigos.