Los conquistadores españoles daban a mascar hojas de coca a los porteadores en el cruce de los Andes. Con esta fórmula, los indios araucanos moderaban la ingesta y aguantaban más los esfuerzos. Era puro dopaje. Y si entonces nadie se planteaba cuestiones éticas como se hace ahora, tan detestable era aquella fórmula como la que ahora aplican algunos médicos fisioterapeutas o directores de equipos de ciclismo o atletismo, para conseguir que sus pupilos mejoren sus marcas y obtengan triunfos.

En aquellos tiempos eran necesidades económicas, presuntamente patrióticas las que justificaban el uso de la coca. Hoy podemos llegar a la conclusión de que también han sido cuestiones económicas las que han potenciado el uso del dopaje. Con el profesionalismo nacieron los patrocinios y las empresas que ponen sus dineros para que determinados deportistas compitan lo hacen con la exigencia de los triunfos. La televisión ha creado un tipo de ciclista especializado en participar en escapadas, aunque no tengan visos de triunfo, con el fin de que las cámaras vayan transmitiendo a los telespectadores la imagen del producto que se quiere potenciar. En los finales de etapa cuando está previsto el esprint final, antes aparecen esporádicamente los globeros que enseñan la marca y luego son engullidos por el pelotón. Pero han cumplido con su obligación de hombres anuncio. La publicidad, los patrocinios fueron rampa de lanzamiento del dopaje. El abuso en algunas especialidades ha tenido como consecuencia contraria el que muchas empresas renuncien a los patrocinios porque no desean que su producto se relacione con el dopaje.

En España se ha dado el caso de que el grupo ADO, empresas que patrocinan los equipos olímpicos, hace algún tiempo renunciaron a ser la imagen de determinados deportes que no tiene buena prensa en la sociedad. A consecuencia de ello ya no se relacionan con un deporte concreto, sino que son patrocinadores en bloque.

La administración de medicamentos que hoy se tienen por prohibidos fueron administrados en algunas ocasión de manera casi científica. A los pilotos estadounidenses de la II Guerra Mundial les daban centraminas para que se mantuvieran muy despiertos durante las acciones nocturnas. Nadie se planteaba que tales métodos fueran éticamente reprobables. Actualmente, cuando se plantean discusiones sobre los métodos que se siguen para perseguir a quienes se valen de métodos fraudulentos con el fin de obtener mejoras, hay quienes minusvaloran la moral de los procedimientos y poco menos que acaban creyendo que hay menos dolo en el dopaje de lo que desde los organismos deportivos se predica.

El dopaje, a pesar de las ideas que minimizan su trascendencia, tiene aspectos indefendibles. En primer lugar no debe ser lícito que compitan atletas o ciclistas que han pasado por el laboratorio, con quienes han renunciado a ayudas externas que sólo se sirvan del entrenamiento y la propia condición física. Quienes gozan de los mejores métodos de dopaje son quienes disponen de mayores recursos económicos lo que aumenta la diferencia desde el punto de vista ético. Hay un dato fundamental que abona la creencia de que el dopaje es perseguible de oficio. En países como Francia es delito hasta transportar medicamentos que han de poseer receta médica y han de ser administrados para determinadas enfermedades. En España también es delito de acuerdo con el artículo 361 del Código Penal y su principal fundamento está en la defensa de la salud pública.

No recuerdo espectáculo más impresionante que la caída del inglés Tom Simpson en el ascenso del Mont Ventoux. Las centraminas acabaron con su vida en la dureza de aquellas rampas. Ya hemos conocido numerosos casos de deportistas que han padecido graves enfermedades después de temporadas en que se les administraron productos cuyo efecto secundario fue dramático. No están muy lejanos los suicidios de ciclistas agobiados por su salida del deporte. A causa del dopaje.

Sospecho que no debieron ser métodos plausibles los que llevaron a ganar medallas a nadadoras de la extinta RDA. Desde la reunificación alemana han desaparecido de los podios. Entre los levantadores de pesas se han visto individuos deformados físicamente y en ello han tenido que ver los entrenamientos y las sustancias que animan al crecimiento muscular. Y reprobable ha sido siempre tener a las niñas gimnastas como conejillos de indias. Se les impedía tener crecimiento propio de mujeres en todos los sentidos.

Teniendo en cuenta que la salud de los deportistas corre peligro con determinadas practicas dopantes, la persecución de las mismas es moralmente defendible. La misma condición del fraude, de la trampa, valida éticamente la lucha contra el dopaje.