Sin saber qué argumentos convencieron a Laudrup para aceptar el banquillo del Mallorca o tal vez su necesidad de volver a entrenar en una liga importante, es difícil adivinar hasta qué punto el fiasco del mercado invernal ha pergeñado una fractura entre los despachos y el terreno de juego. Más allá de responsabilidades o imputaciones directas o sesgadas, lo cierto es que tras algunos años en los que el vestuario se ha aislado de lo que ocurría en la planta noble, la inestabilidad institucional ha dado de lleno en la linea de flotación de la caseta, que era, sino lo peor que podía pasar, sí nada bueno.

El Mallorca vive ahora en la misma situación que una empresa que se queda de repente sin ingresos y necesita sobrevivir con su fondo de tesorería. Si no retoma la senda de la facturación, terminará con un saldo negativo. En esta tesitura ya no es cuestión de iniciar balances precipitados y tomar decisiones que inciten a la división, sino que se hace imprescindible la unión firme de todos para no tener que agotar las reservas, de puntos en este caso.

Aún así, habrá cosas que no se podrá exigir de determinados futbolistas, no todos imitarían el ejemplo de Webó, como tampoco se puede pedir del técnico, por fallos que haya cometido, que sea como el director de la academia de Operación Triunfo. Hoy día el fútbol es otra cosa.