Tapado con una toalla, lloraba Nadal sentado en su asiento un minuto después de que el revés de Soderling se estrellara en la red. Tenía motivos para ello. Por su cabeza pasaron, seguro, todos los malos momentos, profesionales y personales, que tuvo que vivir en un 2009 que preferiría borrar de su mente. Después del calvario por el que ha pasado, nada mejor que reencontrarse con el triunfo, y más en la tierra de Roland Garros.

El mallorquín, esta vez sí con un apoyo mayoritario en las gradas –sería porque no estaba Federer– se alzó con su quinto entorchado en París tras sacar de la pista al sueco, por un concluyente 6/4, 6/2 y 6/4 en dos horas y dieciocho minutos de juego. Nadal entra así por derecho propio en la historia más grande de este torneo al sumar cinco títulos, a sólo uno del mítico Bjorn Borg. En su novena final de Grand Slam, el de Manacor sumó su séptimo título, el cuadragésimo de su carrera, 29 de ellos en tierra. Y, como guinda al pastel, se convertirá hoy, oficialmente, en el nuevo número uno, posición que recupera diez meses después de abandonarlo. Cierra definitivamente el círculo a una temporada de arcilla sencillamente perfecta. Ha mordido el trofeo en Montecarlo, Roma y Madrid –renunció a Barcelona–. Y ayer París, donde el público se volvió a rendir ante su dominio tiránico.

Nadal entró en la pista como si le fuera la vida en ello. Ganador como es, en su interior se rebelaba contra la derrota sufrida el pasado año ante Soderling. Un año y seis días llevaba esperando que llegara la jornada de ayer. Le habían despojado de su tierra por excelencia y estaba ansioso por reparar la afrenta. Aprendió aquel 31 de mayo de 2009 que para superar al sueco había que llevar la iniciativa. No ocurrió en aquella ocasión y acabó doblando la rodilla. Pero ayer no. Cada pelota la jugaba como si fuera la última. Convirtió a su rival en un muñeco. Sencillamente le aburrió. Porque Nadal llegaba a todo. No había pelota imposible. Se propuso no dejar entrar en el partido a su rival, no fuera cosa que la fiera despertara en cualquier momento.

Sin intimidar

Soderling, que se presentaba a su sexta cita con Nadal sin complejos por haberle ganado en sus dos últimos duelos, perdió su particular manera de intimidar antes de entrar en la pista. "Sé cómo ganar a Nadal, ya lo he demostrado", dijo el sábado, en un vano intento de meterle presión.

Toda la fuerza la perdió por la boca. En un partido perfectamente estudiado por Toni Nadal, tío, entrenador y gurú del pentacampeón, el hombre que ha guiado sus pasos desde que tenía cuatro años, Nadal descubrió su táctica a las primeras de cambio. El objetivo estaba claro: que Soderling se aburriera de golpear a la pelota con su revés, que siendo muy bueno, no es ni la mitad de resolutivo que su derecha. El sueco, número 6 del mundo y único ´top ten´ junto a Federer con el que se ha medido Nadal en la temporada de tierra, tiene un auténtico martillo con el drive.

Lo demostró en las pocas veces que le dejaron. Bolas altas y a media pista era sinónimo de perder el punto. Por eso Nadal buscaba siempre ajustar al máximo a las líneas, hacer correr al patoso jugador sueco, en una palabra, agotarle.

Nadal salió más enchufado que nunca al partido. Así, celebró con rabia, como en sus comienzos, su primer punto al servicio tras un largo peloteo. El set y el partido lo empezó a decantar en el quinto juego, cuando rompió el servicio de su rival. A Soderling no le funcionaba su mejor arma, el servicio –con un 56 por ciento de promedio en el primer saque es imposible derrotar a Nadal–, y tampoco estuvo afortunado cuando dispuso de pelotas de break. Hasta de ocho disfrutó el sueco. Por ahí empezó a perder el partido.

Como si lo tuviera todo calculado, Nadal volvió a romper el servicio de su contrincante en el mismo quinto juego del segundo set. Soderling seguía negado cuando servía el español. En el segundo juego dispuso de otras cuatro pelotas de rotura. Pero no había manera. Nadal estaba predestinado a abandonar la pista inmaculado con su servicio. En el séptimo juego, nueva rotura de Nadal para adjudicarse después el segundo set con su servicio. Soderling parecía entregado, tocado física pero sobre todo anímicamente. Al menos así lo dieron a entender sus gestos. Negativas con la cabeza, mirada perdida al nublado cielo de París, resoplidos de impotencia. No había manera de desconectar la máquina que tenía enfrente.

El remate a tanta sensación de impotencia llegó en el primer juego del tercer set, cuando Soderling perdió su servicio. Fue suficiente con esta rotura. Nadal se mostró infalible con su servicio y dejó finiquitado el partido tras poco más de dos horas con otra exhibición de solvencia en el saque.

El pentacampeón de Roland Garros y nuevo número uno, que consigue por tercera vez el título sin ceder un set, igualando el registro de Borg, se lanzó sobre la tierra de la Philippe Chatrier emocionado, como no creyéndose lo que había logrado. Y es que lo ha hecho es muy fuerte. Se ha puesto a la altura de mitos como McEnroe, Wilander o Newcombe, ganadores como el mallorquín de siete grandes. Con 24 años recién cumplidos, superará a todos estos. En el horizonte, Agassi, Connors y Lendl, leyendas del tenis con las que Nadal ya puede compararse.

Ya no queda ningún osado que ponga en cuestión que Rafel Nadal es el tenista más grande de la historia sobre tierra batida, por mucho que Borg sume un título más en Roland Garros. Por ahora, la leyenda continúa.