Cuando parecía que el Mallorca iba a ceder los primeros puntos de la temporada en el Ono Estadi, Víctor Casadesús, el delantero sin pólvora, el que no marcaba desde el 26 de octubre de 2007 frente al Valladolid, se sacó de la manga un gol que volvía a poner por delante a su equipo. El de Algaida, que acababa de entrar al terreno de juego, aprovechó un gran centro de Castro –otro de los protagonistas del partido– para establecer el 2-1 a falta de dos minutos para el final. Con el tiempo cumplido, el uruguayo marcaría el tercero, el segundo de su cuenta particular, para rubricar una actuación personal de sobresaliente.

Seis de seis. Ni los más viejos del lugar. Manzano, el criticado, el denostado, el que, dicen, aburre a las ovejas, sigue incrementando sus estadísticas, casi todas buenas. Será complicado que el Mallorca que esté por venir –si es que llega, porque en este club cada día parece el fin del mundo– encadene seis victorias consecutivas como local en la Liga. Es verdad que han sido conseguidas ante rivales de su liga, pero como los penaltis, que hay que marcarlos, a aquéllos también hay que ganarlos. El técnico andaluz está consiguiendo que ir a Son Moix sea sinónimo de pasar una tarde agradable, y encima, abandonando el estadio con la satisfacción que sólo da ir a casa con los tres puntos en el bolsillo. Y ya son veinte, prácticamente la mitad de los que necesita para mantener la categoría, que nadie lo olvide, el primer gran objetivo de la temporada. Y todo ello en sólo once jornadas.

No hay que llevarse a engaño. El Mallorca de ayer no fue el mejor que se ha visto esta temporada. Es más, posiblemente sea el peor de cuantos partidos ha disputado ante su entregada afición. Y es que delante tuvo al mejor rival que ha pasado por Son Moix. Un Almería del que sólo se conoce a su entrenador, Hugo Sánchez –el más rentable, que no el mejor, de cuantos extranjeros han pasado por el fútbol español– y al defensa Chico, el futbolista que consiguió que el azulgrana Xavi dijera que nunca se había aburrido tanto en un terreno de juego producto del marcaje a que fue sometido por el zaguero del Almería.

Pero el peor Mallorca es una amenaza para cualquier rival, incluso el Almería, que jugó con un entusiasmo juvenil, persiguió a todos los jugadores rojillos y hasta disfrutó de clarísimas ocasiones. El Mallorca se olvidó en la primera parte de la alegría de los últimos partidos y regresó al fútbol pelma de épocas no tan lejanas. El juego se volvió cada vez más tristón. Nada de energía, nada de creatividad, ningún desmarque.

El equipo andaluz dio un auténtico baño al Mallorca en la primera parte y un buen tramo de la segunda, y si no se fue de Palma con los tres puntos, la culpa se la tiene que dar a Aouate, que con sus intervenciones evitó que el Almería no abandonara la isla con tres o cuatro goles en el zurrón. El israelí, junto a Castro el artífice de que los puntos se quedaran en casa, se lució en el minuto 5 a tiro a bocajarro de Soriano; en el 16 a disparo de Nieto; en el 56, de nuevo ante Soriano; y sobre todo en el 92, poco después de que Víctor marcara, cuando puso su enorme corpachón al disparo de un delantero. Aouate, un guardameta de los de verdad, de los que dan puntos a su equipo, se ganó el sueldo y los aplausos de una afición a la que hace tiempo que tiene en el bolsillo.

El otro hombre de un partido loco en la segunda parte fue Castro, que pide a gritos ir al Mundial con su selección. A los cuatro minutos de la reanudación adelantó a su equipo con un zurdazo desde fuera del área, raso, de esos que hacen daño a los porteros. Desatascó un partido incómodo, feo para el Mallorca. Este gol dio alas al charrúa, que definitivamente se erigió en el líder de su equipo. Fino en el pase, certero en el remate, generoso en el esfuerzo, Castro sacó al equipo de la sensación claustrofóbica que le embargaba. Hasta el primer gol, el colectivo rojillo estaba sumido en un estado confuso, como si intentara atrapar un hilo para salir de un laberinto imposible. A falta del mejor Borja, más vigilado que nunca, al rescate rojillo acudió el uruguayo, que se arrancó tanto por el margen izquierdo como derecho del campo con un porte soberano y desequilibrante. Castro sabe medir los esfuerzos, conoce perfectamente la geografía del campo y maneja la pelota con criterio. Administró el juego correctamente, nunca se metió en berenjenales y puso en cada pase esa pizca de intención que se adivina en los grandes jugadores. El centro que puso a Víctor para que marcara el segundo gol de la tarde fue una maravilla. Y su segunda diana, la tercera del equipo, la que cerraba cualquier debate, fue otra demostración de fuerza, de control y de puntería en el remate. Si mantiene este ritmo –la gran asignatura pendiente de Castro, que desaparece durante muchas fases de la temporada–, el Mallorca ha ganado un futbolista de muchos quilates.

Pero antes de estos dos goles llegó el del Almería, en el minuto 76, en un fallo de Mattioni y Ramis. El mallorquín estropeó una actuación personal casi perfecta con el error que facilitó el gol de David, que acababa de entrar. Mattioni, por su parte, volvió a demostrar que ofensivamente es una maravilla, pero cojea en labores defensivas. Piatti disfrutó de una autopista por su lado. Puso balones a la olla de todas las formas posibles, pero para suerte del Mallorca sus compañeros tuvieron el punto de mira desviado. Manzano demostró que todavía no se fía de él, y con 1-1 le sustituyó por la experiencia de Josemi.

El equipo sigue respondiendo a las mil maravillas en el terreno de juego. Sólo hace falta que vuelva la paz social a la institución. Manzano y los jugadores reclaman unos meses de tregua. Alemany, pese a que ya cuenta con algún desliz, es la única persona capaz de dar esta tranquilidad tan necesaria. Los futbolistas se lo merecen.