Lo último que necesita el Mallorca en estos momentos es programar un nuevo culebrón, serie, película o siquiera un solo capítulo sobre nuevos e hipotéticos compradores del club. Sobre todo le conviene no abrir la puerta a la corriente de advenedizos que airean sus intenciones en los medios de comunicación antes que en el despacho del interesado. Mucho más aún cuando las mismas personas hace meses que advierten a los periodistas sobre su desembarco en la isla para acometer proyectos que dejarían en calzoncillos al mismísimo Donald Trump. Especialmente cuando las ansias de publicidad pasan por encima de la ponderación y seriedad que deben presidir determinadas negociaciones.

No. Mateu Alemany no puede equivocarse otra vez, como él mismo reconoció después del fiasco de los Martí Mingarro, y para no errar de nuevo tampoco ha de prestarse a recibir al primer tipo con pinta de ejecutivo, traje, maletín y corbata que se presente en taxi o coche de alquiler en su despacho de Son Moix.

Yo diría aún más. El propietario del Mallorca tiene que salir a buscar un comprador, no a esperarlo. No se trata de levantar la persiana de la tienda y que empicen a desfilar por ella los clientes o facilitar documentos como quien enseña el género. Por el contrario, sin hacer el menor ruido ha de dibujar el perfil del accionista mayoritario que necesita el club e ir a por él, porque lo que vende no es una empresa normal, como ha quedado reciente y desgraciadamente demostrado.

Mateu Alemany prometió no referirse a esta cuestión hasta final de temporada y no solamente está obligado a cumplir su promesa, sino que la tiene que hacer cumplir a los demás. Manzano, ayer, no pudo decirlo con mayor sonrisa, pero tampoco con menor claridad. No están los tiempos para frivolidades.