Manzano se ha vestido de gladiador, con su contrincante ya vencido y rendido a sus pies, ha levantado la mirada hacia el palco presidencial, ha visto el pulgar del nuevo emperador dirigido hacia el suelo y no ha dudado en rematar al enemigo. Es el dulce sabor de la venganza, bajo el cálido aplauso de la grada y al agredecimiento del vestuario por haberles librado del tirano. El, sin duda, se lo buscó.

Sin embargo nos quedaremos en la más simple anécdota si, como en las películas de Tarantino hoy o Peckinpah ayer, no vemos lo que hay más allá de las escenas de sangre o violencia. El entrenador del Mallorca va mucho más lejos e invita a una reflexión más profunda que la de las veleidades del consjero cesado.

Pedir a los mallorquines que seamos de los que "hacen que las cosas pasen" es tanto como pedir a los valencianos que no bailen Paquito el Chocolatero en las bodas. Nosotros somos de los que nos preguntamos qué pasó, no porque no lo sepamos, sino porque somos muy finos en el arte de hacernos los suecos. Si el viento sopla a favor, nos subimos al carro y si bufa en contra ponemos cara de póker, miramos para otro lado y dejamos que se lleve por delante al más pintado.

Ya quisiéramos que se hiciera con el Mallorca lo que han hecho con el Valencia, pero no caerá esa breva aunque juremos bailar boleros en las bodas.