El Mallorca tiró por la borda su buen trabajo en tres minutos demoledores del Barcelona. No fueron tres minutos cualesquiera. En este espacio de tiempo, en los últimos compases de la primera parte, el equipo de Manzano se quedó sin capacidad de respuesta ante su poderoso rival y encajó dos goles que le condenaron para el resto del partido. Es lo que pasa cuando te enfrentas a un gigante del fútbol, que te hace un traje a medida cuando menos te lo esperas. Todo ello bajo la atenta mirada de Martí Asensio en el palco, que no se pierde una cuando toca el lado más lúdico del fútbol. Abandonado Alemany y ninguneada la Liga Profesional, el consejero delegado estuvo en el palco del Camp Nou. Faltaría más en un personaje que hasta el momento sólo ha demostrado ser un forofo, todo un peligro para el pobre Mallorca.

Apostó fuerte Guardiola dejando en el banquillo a tres de las muchas joyas de la corona que posee. Xavi, Iniesta y Messi descansaron de entrada, quedando el control del centro del campo para Touré y Busquets. Lo notó el equipo azulgrana, que no daba con la tecla ante un rival muy bien posicionado y con las ideas muy claras. El gol sólo podía llegar de algún error de bulto, que se produjo en las botas de Ramis a los diez minutos. Su pifia la aprovechó Ibrahimovic, un futbolista con mayúsculas, que la dejó de espuela hacia Pedro para establecer el 1-0.

El gol no arredró al Mallorca, que seguía a lo suyo, muy bien en la presión, con constantes apoyos y anticipación. Pudo empatar Webó en el minuto 18 tras recibir un gran pase de Martí, pero al camerunés le adivinó su intención Valdés. Fue un aviso de lo que llegaría un minuto después, el empate de los de Manzano gracias a un remate de cabeza de Nunes al saque de un córner. El Mallorca tenía el partido donde quería, con un Barça exigido al máximo y todavía bajo los efectos del frío polar en Rusia. Parecía hecho un lío o, por lo menos, no era un equipo reconocible. El grupo de Guardiola se hizo un nudo, incapaz de ganarse el sitio, y quedó muy expuesto al plan del Mallorca, que desde hace un tiempo juega de memoria, más oganizado, entregado a la causa pese a la espantada de la propiedad, que ha conseguido, como casi siempre en los últimos tiempos, acaparar todo el protagonismo en detrimento del equipo. Es lo que nunca debe suceder porque se supone que estamos hablando de fútbol, no de economía.

Los rojillos se parapetaban certeramente en la divisoria y juntaron tan bien las líneas que gobernaban el choque con una cierta tranquilidad. Eran los mejores minutos del Mallorca, que controlaba el partido con una relativa tranquilidad ante un rival espeso, al que se le comenzaba a atragantar el duelo.

Pero cuando delante tienes tanta dinamita, nunca se está a salvo. En tres minutos, del 40 al 43, el Mallorca encajó dos goles que supusieron su ruina. El primero, obra de Pedro de nuevo, tras tres remates a bocajarro consecutivos del propio Pedro, Henry y Busquets que fueron respondidos de manera espléndida por Aouate ante la pasividad de su defensa. Con el cuarto remate ya no pudo. Todavía aturdido por el gol que acababa de encajar, llegó otro mazazo en un despiste de toda la defensa. Pedro, que estuvo en todas, lanzó una falta desde el lateral del área rojilla a la cabeza de un Busquets más solo que la una. Su toque lo remató, también solo, un Henry inédito hasta aquel momento.

Derrotado en un abrir y cerrar de ojos, el Mallorca consumió la segunda parte como quien pasa el rosario en misa, condenado a una previsible derrota en este templo del fútbol mundial, después de haber ofrecido una primera parte más que digna. El Barça, con ventaja en el marcador, se convierte en el Everest para cualquier rival, y el Mallorca no iba a ser menos.

Con el partido prácticamente decidido, Guardiola dio entrada a sus figuras. A los cinco minutos de la segunda parte Messi y poco después Xavi, posiblemente el hombre clave de este equipo. Fue aparecer el menudo volante azulgrana y verse los mejores minutos del Barça, eso sí, ante un rival que hacía tiempo que había arrojado la toalla. Con Guardiola más que con ningún otro entrenador que haya tenido el Barça, ha inculcado a su equipo la vocación de apropiarse de la pelota y escondérsela al rival en cualquier zona. El Barça toca, toca y toca desde la defensa hasta la medular, con una paciencia infinita, sin perder la compostura. A veces da la impresión de que quiere el balón más como un medio de defenderse que de atacar. El Mallorca cayó en la emboscada y anduvo un largo rato persiguiendo la sombra de su contrincante. Algunos futbolistas habían desaparecido. Borja no era el de la primera parte, lo mismo que Mario. Demasiada ventaja en un equipo que no anda sobrado de futbolistas capaces de marcar la diferencia.

El final deparó un gol para cada equipo. El del Barça marcado por Messi tras un claro penalti de Josemi sobre Ibrahimovic; y el del Mallorca, de Keita con el tiempo cumplido. No se le puede reprochar nada al equipo de Manzano, que compensaba sus carencias con más orden del habitual y con una energía conmovedora. El colectivo se volcó al despliegue físico, a la determinación de sus jugadores, a su capacidad competitiva. Pero estas cualidades no son suficiente, al menos cuando se tiene delante al campeón de Europa.

Disputado el partido del Camp Nou, el Mallorca tiene ante sí otro mucho más importante, el de su supervivencia como club. Esta semana, dos nuevos capítulos, que no los últimos, de un culebrón que parece no tener fin: la comparecencia de Alemany y el consejo de administración del miércoles. Y este partido sí se tiene que ganar.