Guardiola insultó al Mallorca desde la alineación inicial. Se comportó como un cobarde, al perdonarle la vida al rival alineando al Barça B de Bisutería. El sobrevalorado profeta del fútbol artístico fue un chamarilero vendiendo artículos de imitación al público que le paga. Ya no es el entrenador que persigue el triunfo, ahora sólo busca excusas. Expulsó a los mallorquinistas de su Liga, con sus ínfulas de señorito.

Enfrente, el Mallorca alineaba a más directivos en el palco que jugadores en el césped, a riesgo de que los mallorquinistas encorbatados se agredieran mutuamente y aumentaran nuestra vergüenza, después de desguazar a una entidad que hoy por hoy parece más un navío fantasma que un club.

Alertado de la ideología de Martí Asensio –tendrá que consultar ideología en el diccionario–, Joan Laporta le había preparado una bienvenida nacionalista. El consejero delegado impagado debió contrarrestar el catalanismo ambiental con un amuleto de su club. El Real Madrid, por supuesto. De hecho, era el único día en que le preocupaba que ganara el Mallorca. En cuanto a Tomeu Vidal, se dio el marcador que deseaba íntimamente.

La falsificación de la competición, acordada por Guardiola, destripó las carencias de su equipo. Dos errores clamorosos y consecutivos de un Piqué más preocupado de taconear que de someterse a las oscuras servidumbres defensivas. No olvidamos la menguada talla de Busquets, ni que Messi creyó que jugaba con Argentina. El Barça acabó la primera parte retrasando dos balones a Valdés, más un tercero en el primer minuto que siguió al descanso. Como espectador quiero a Ibrahimovic, como forofo necesito a Etoo.

¿Y el cuatro a dos? En primer lugar, el Gijón obtuvo un margen más amplio. En segundo, el Mallorca es un orfanato, un ectoplasma sin un euro. Sus jugadores militan en una ONG altruista, su comportamiento bordea la heroicidad. Se desploman porque no hay tejido social que los sustente. Viva el equipo, abajo el club. Manzano for president. Martí encarnó anoche el honor del mallorquinismo. Su ética –también está en el diccionario– del trabajo no se merecía la humillación de Guardiola, que recordó a Rajoy menospreciando a Elena Salgado. No tenéis categoría para enfrentaros a mí, que hablo tan sibilante y susurrante. Y en efecto, el partido acabó al descanso porque la Liga está enterrada. Sólo le sobran 18 equipos.

Conviene que salgan de la madriguera quienes glosaban al mejor conjunto de la historia. El Barça volvió a ser anoche una escuadra convencional y rutinaria, bloqueado y al borde del ridículo. Dudo que sea ahora mismo una de las cinco grandes escuadras del continente. Guardiola ganará posiblemente la Liga, pero anoche perdió la categoría. Por fortuna, los dioses del estadio no dejan ninguna cobardía sin castigo.