De la grandeza de Nadal no sólo habla todo lo que ha conseguido ya a sus veintidos años, sino la constatación de que, además de al número uno mundial y a quien se le ponga por delante, es capaz de vencer a los mismísimos elementos. Un poder exclusivamente reservado a los dioses.

La naturaleza se había pueso descaradamente de lado de Federer. La lluvia le concedió dos descansos cruciales que le permitieron recuperar sus demoledores saques y llegar a dos tie breaks que, especialmente el del cuarto set, no había merecido.

Rafa le tuvo contra las cuerdas, pero algún destello de incredulidad ante la magnitud de lo que estaba a punto de conseguir le obligó a sufrir más de lo deseable e incluso de lo exigible. El suizo tuvo así más oportunidades de las que realmente se había ganado y aún con todo a su favor, incluida la moral de haber igualado dos sets en contra, tuvo que acabar cediendo el cetro que ostentaba.

Nadal, este joven de Manacor que todavía no hace tanto empuñaba la raqueta en los torneos infantiles e invernales de Cala Ratjada, ya es el tenista más grande de la historia de España y una estrella cuyo brillo atrae sobre Mallorca las miradas de todo el orbe. ¡Gracias Rafa!