Habrá quien le siga defendiendo, como continuarán sus detractores restando importancia a sus méritos, pero el adiós de Luis Aragonés no tiene marcha atrás, por muchas razones.

En primer lugar porque no es un juego de cartas en el que uno elige ir o no ir a capricho y en función de lo que hay sobre la mesa. Además, porque quien queda en evidencia es la propia Federación, enredada en una guerra mediática, que tomó una decisión precipitada e innecesaria, ya que el seleccionador no tiene nada que demostrar a estas alturas de su carrera y su currículum. Ha llegado a lo más alto, donde sólo Villallonga ascendió hace la friolera de cuarenta y cuatro años y, por lo tanto, le queda mucho más que perder que algo que ganar.

Al fin y al cabo, dentro de unos meses, las cañas se volverían lanzas al primer tropiezo, pues el nivel al que se va colocar el listón de la selección española nunca será ya inferior al alcanzado ahora.

La vida sigue. Lippi dejó a Italia después de ganar el Mundial y las críticas se las ha llevado Donadoni al punto de provocar el regreso del primero.

Hay que dar vida a los defensores de Raúl, que no tardarán en hacer política y reincidir en un papel que no les corresponde.