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Crítica de Teatro

'Il Teatro è Vivo'

Teatro dentro del teatro para abrir un espacio escénico, singular, discreto hasta ahora, recóndito, incrustado en un instituto -toda una metáfora-, a unos pasos del centro de una ciudad que a menudo es también una figura retórica. Una declaración de amor al arte del que penden otras declaraciones, más o menos explíctitas, como la ropa suspendida que adorna el escenario (sobresaliente el trabajo de Artigues), telas que no son sino huellas de tantas y tantas funciones, de zapatos gastados, de remiendos, de trucos para seguir y seguir; los que hizo el propio Eduardo De Filippo, por ejemplo, para acercar la comedia al pueblo, tomando la calle, aireando los sueños, los suyos, los de Pupella Maggio, actriz mítica, compañera, y los de toda una compañía que sobrevivió a la precariedad del oficio, al fascismo y al propio Eduardo.

Nunca opta por lo fácil, Gomila, tampoco aquí, partiendo de una dramaturgia escrita a cuatro manos por él mismo y por Catalina Florit, (que es tan buena interpretando como escribiendo) para recuperar un teatro popular, mediterráneo; para hablarnos de fantasmas, de Pulcinella y de Nápoles, de Mallorca, de él mismo, y sobre todo de un oficio vivo, tan vivo como siempre; para volver a subir al escenario a Bibiloni y a Ramis -cuanta densidad, cuanto carisma- y para proyectar, en definitiva, a través de varias capas superpuestas, una oda a los artistas que se dejan el alma para que otros alimentemos el espíritu, otra metáfora. Lunga vita al teatro, al Espai del tub y a Produccions de Ferro.

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