Joaquín Sabina ha dejado canciones tan bellas a lo largo de su carrera, que incluso ahora, cuando ya ha pasado de la adolescencia a peinar canas "sin pisar la edad adulta", como anoche bromeó en el escenario durante su concierto en Palma, y su voz juguetona de antaño se le va escapando en rasgados fraseos, los temas se mantienen erguidos, potentes. Las palabras y sus imágenes siguen ahí intactas. Y el maestro de Úbeda, como el gran médium de una gran fiesta pagana, vuelve a conectar a través de ellas con un público que las espera y celebra como si fuera la primera vez.

Salió Sabina al escenario del Palma Arena la noche del sábado con traje granate y bombín negro, saludado con una atronadora ovación por el público que casi llenaba por completo el recinto. Y arropado por una escenografía audiovisual espectacular y por una banda formada por sus inseparables Pancho Varona (guitarra y coros), Antonio García de Diego (teclados, guitarras y coros), y completada por Mara Barros (percusión y coros), Pedro Barceló (batería), Laura Gómez (bajo), José Miguel Sagaste (saxo y teclados) y Jaime Asúa (guitarras y coros).

Arrancó el concierto con el clásico Cuando era más joven, ahora que el músico cabalga sobre 69 mágicas primaveras. Como carta de presentación, los nuevos temas del álbum Lo niego todo, algo así como la negación de los tópicos de toda su carrera y su primera colección de canciones tras ocho años sin grabar.

Anunció al público una primera parte del recital de estreno de esas canciones que le han llevado de nuevo a la carretera y una segunda entregada a los clásicos. Y se mostró especialmente hablador: sobre el paso del tiempo; su juventud de servicio militar, periodismo y amores en Mallorca; el exilio, pero de Franco y el franquismo; el amor y las mujeres; y la música y las canciones, siempre las canciones. Reivindicó el escenario como su verdadera patria de libertad y sus músicos como su auténtica familia. "En realidad soy el único cantante que canta peor que todos sus músicos", bromeó entre la carcajada del público.

Del nuevo álbum sonaron Lo niego todo, Quien más, quien menos y No tan deprisa, canciones que el público ya ha hecho suyas como si llevaran años y años sonando. Y una colección de clásicos que llevaron a la parroquia a la entrega total, pese a la pésima acústica del recinto, que suena como una lata vacía y devuelve todo el sonido medio segundo después por la retaguardia. En justicia, bien hubiera merecido esa mala acústica otra pieza separada del caso Palma Arena, como el millonario marcador electrónico o la pista no homologada.

Y llegaron los momentos estelares de la noche. Sabina se despojó de la americana, pasó del bombín al panamá y del éste a la chistera de mago. Y sonó el punteo acústico con el que arranca Donde habita el olvido. El público entró en éxtasis. Interpretó también Una canción para la Magdalena arropado en las segundas voces por la exquisita Mara Barros. Se puso en pie para cantar ante una imagen enorme de Chavela Vargas Por el bulevar de los sueños rotos. Y volvió a agarrarse a su guitarra acústica para lanzar al aire la maravillosa Y sin embargo, que la parroquia cogió al vuelo interpretándola a coro.

La noche iba avanzando y el de Úbeda se tomaba sus momentos de descanso, desaparecía del escenario para recuperar el aliento y dejaba a Pancho Varona, Antonio García de Diego, Mara Barros o Jaime Asúa que ocuparan el centro de la escena para interpretar sus canciones.

Regresó para poner el colofón con Peces de ciudad; 19 días y 500 noches, convertido ya el recinto en un inmenso karaoke, Noches de boda, Y nos dieron las diez, y por supuesto, Princesa, con el público puesto en pie bailando y jaleando al cantante junto al escenario.

Hubo bises. Entre otras, Amores que matan, con cambio de letra para la ocasión incluido (...yo no quiero París con aguacero ni Mallorca sin ti...) que el público celebró con más aplausos, y la festiva Pastillas para no soñar, ese sarcástico manual de autoayuda para crápulas que el cantante bordó y regaló al público acompañando el tema a los platillos con la banda sonando a todo trapo. La parroquia le agradeció a Sabina el recital y el esfuerzo de más de una hora y media como una prolongada ovación. Y el músico y su banda posaron felices para una foto con todo el público mallorquín de fondo.

En Palma Sabina lo negó todo para reiventarse de nuevo. Más viejo y más frágil después de un viaje tan largo y fructífero de vida, música y palabras. Como en Ulysses de Tennyson, mucho se ha ido y mucho queda, y aunque ya no tenga la fuerza de antaño, sigue siendo lo que fue. Y la noche del sábado volvió a reivindicar precisamente eso, su pasión por el escenario donde, con sus canciones y dominio absoluto del espacio, todavía logra una nivel de complicidad con el público solo al alcance de muy pocos privilegiados.