¿Tengo que llamarle maestro?

No jodas. Me llamas Pepe y voy que me mato. Pobre de aquel que piense que lo sabe todo, entre otras cosas porque estaría mintiendo miserablemente. Saberlo todo debe ser un coñazo, algo muy aburrido.

A sus 80 años y tras participar en más de un centenar de películas y una veintena de obras de teatro, ¿sigue aprendiendo?

Este oficio es un aprendizaje constante porque cada personaje te propone una aventura distinta, cuando puedes elegir. Otra cosa es cuando no tienes más remedio que aceptar lo que te ofrecen porque tienes que pagar el recibo de la luz. Si no puedes elegir, no es que hagas algo mal pero es posible que todo lo que hagas sea previsible.

¿Qué aprendió de aquel personaje, Lluís de Serracant, que encarnó hace 40 años en ‘Un hombre llamado Flor de Otoño’, película que le valió el premio al mejor actor en el Festival de San Sebastián y que se proyectó ayer en el Centre ‘Sa Nostra’?

Me enseñó un montón de cosas, no solo el personaje sino la coyuntura, la circunstancia en la que se dio enfrentar una película como esa en la España de aquel tiempo, con Pedro Olea como director y Azcona como guionista. Fue una de las películas en las que uno no solo sentía la satisfacción de encarnar un personaje muy interesante desde el punto de vista dramático, también como ciudadanos, de estar cumpliendo con el compromiso de contar historias que tenían que ver con un tiempo que nos había sido secuestrado. Era una aventura que iba más allá del propio propósito cinematográfico, era casi la obligación de contar parte de nuestra historia.

¿Qué necesita una película para que le deje tocado, como lo hizo esta y también ‘La colmena’ o ‘El viaje a ninguna parte’?

Que la historia simplemente tenga algo que me guste o me llame la atención. No soy partidario de andar diciéndole a la gente cómo tiene que vivir, de que cada una de mis aventuras de trabajo tengan lo que se da en llamar ‘mensaje’, no, pero si de paso este oficio mío es de alguna utilidad a alguien, mejor que mejor.

¿España estaba preparada para una película protagonizada por un homosexual?

Sí, aunque hubo de tomar algunas precauciones, no por el espectador sino por la autoridad franquista. De hecho, cuando años después hice El diputado se clasificó como ‘S’.

La censura está de vuelta: ARCO, el libro de Fariña, los raperos condenados...

Ojo, que el rapero ese dice en sus coplas que los muchachos de ETA hacen bien en matar. ¡No toquemos los cojones! La solución a eso tampoco es, en mi opinión, el encarcelamiento, ni la censura. Yo no habría quitado la obra de ARCO, porque eso ha sido una estupidez, pero llamarles presos políticos...

¿Con qué frecuencia recibe grandes guiones, como aquel de Azcona?

Con una frecuencia muy saludable y muy de agradecer.

Ejemplo de ello es la versión de ‘China Doll’ (‘Muñeca de porcelana’) de David Mamet que ha protagonizado este fin de semana en Manacor, con el Auditorio rendido a su interpretación. Una obra que bucea en las cloacas del poder. Con tanta corrupción, ¿cómo logra no perder la cordura?

Es muy sencillo. Los abusos de poder están autorizados, incluso a veces alabados y aplaudidos por la propia ciudadanía. Estos elementos no son ajenos a nosotros, no son unos marcianos, está gente ha sido votada, y van a volver a ser votados, reelegidos y jaleados. ¿Qué coño pintamos nosotros en todo esto? Lo difícil en ocasiones es encontrar inocentes. Somos una sociedad que no acaba de alcanzar la suficiente mayoría de edad, y no somos los únicos: la América de Trump, Italia o la deriva derechizante en toda Europa. No soy historiador ni sociólogo pero los datos están ahí y algo tendremos que ver los de a pie con todo esto.

¿Nunca se ha sentido tentado de ejercer la política y buscar soluciones desde arriba?

Antes monja, nunca, jamás. No tengo la menor capacidad para ello.

¿Sigue concibiendo su oficio como un juego?

La base fundamental de por qué yo me dedico a esto es eso, que entiendo el cine como un juego, en el que hay que conocer las reglas y respetarlas, y ser muy serio. Es algo que me sale del bajo vientre, el equivalente del crío que quiere ser pirata, gánster o mosquetero, y jugar con ello.