Mariano carga con una pancarta y le anuncia a su esposa que "me voy a la manifestación feminista. Si cuando vuelvo no está la cena lista, te parto la pancarta en la cabeza". Es mi viñeta favorita de Forges, y hoy sería inviable con toda probabilidad, porque la brusquedad ya no se admite ni para denunciar la violencia. Los lectores nos lo perdemos, y conviene recordarlo cuando la desaparición del dibujante supone la clausura del Siglo de Oro del humor gráfico español.

Los dibujantes o caricaturistas o pintores de monigotes que florecen en el último tercio de la pasada centuria son tan excelsos que cuesta ahondar en categorías. Perich y Forges encarnarían la dualidad divina, con una componente adicional de acidez en el primero y de comercialidad en el segundo. Al agregar a Chumy, Vázquez, Ibáñez, Summers o El Roto, se alcanza una hegemonía sin igual en otros países.

La percepción del humor cambia con internet, pero sobre todo con el Gobierno del Tribunal Supremo. La muerte de Forges aumentará el volumen de los cantos lacrimógenos sobre una libertad de expresión que no le temía ni a la blasfemia. La tristeza corre el riesgo de ocultar cuánto nos hemos reído, gracias a que la pandilla de dibujantes transgresores no respetó ninguna de las convenciones vigentes. ´Hermano Lobo´ debe colocarse a la altura del ´Gernika´, si no por encima.

Se cumple en Forges la misma trampa que en Francisco Umbral, arrinconarlos en los estantes de humor para limitar su impacto. Nada más falso. El dibujante fue un analista depurado de la actualidad, que hubiera disparado con la misma exactitud desde cualquier variante expresiva. Su vocación industrial arriesgaba la saturación, pero siempre consiguió que nos riéramos de las libertades que ahora lloramos.