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El relato de una mujer atemporal

Con el Teatre Principal lleno hasta la bandera se estrenaba La nit de Catalina Homar. Las largas colas que había ante las taquillas del teatro mostraban la enorme expectación que había despertado la puesta en escena de esta obra que daba protagonismo a un nombre fuertemente anclado en el imaginario popular, el de Catalina Homar. Un imaginario que va a etiquetarla de manera casi exclusiva como "la amante del Arxiduc Lluís Salvador".

La premisa de la propuesta de José Carlos Llop va a ser muy diferente quien, en un relato muy sólido, enfrentará al público contemporáneo con el "fantasma" de Catalina Homar. Una palabra que debe ser entendida desde su definición estricta, que no es otra que la de un espíritu que se hace visible y que, sobre todo, desnuda su alma. Porque eso es lo que Llop hará con Catalina Homar y eso es lo que hará la actriz Catalina Solivellas en su enorme reto interpretativo de defender a su personaje durante casi una hora sobre el escenario. En una simbiosis perfecta, ambos diseñarán a una mujer avanzada a su tiempo, curiosa, libre pensadora y esencialmente necesitada de vivencias que la alejarán de una existencia monótona. Y es aquí donde reside uno de los valores del texto, no exento de contextualización histórica ni de críticas a la sociedad balear por otra parte, y de la interpretación: Catalina —Homar y Solivellas— se explica, no se justifica porque ni lo necesita ni tiene porqué hacerlo.

Un diseño del personaje que tendrá un elemento esencial en la concepción de la puesta en escena bajo la dirección de Rafael Lladó. Si las palabras y la interpretación definen al personaje, la escenografía servirá para completarlo. La propuesta minimalista del espacio escénico, que tendrá como elemento esencial una dramaturgia audiovisual más que compacta, se integrará perfectamente con el personaje y con el tono de su relato, además de marcar el ritmo de la interpretación. Algo que es más que destacable cuando muchas veces los soportes audiovisuales más que ayudar a entender a los personajes lo que hacen es despistar al espectador o a cubrir deficiencias de la dirección de los espectáculos. Las imágenes y la música enmarcan a una Catalina Homar atemporal, pero también nos muestran una parte de su personalidad apelando a las emociones y la nostalgia de los espectadores. Porque eso es lo que debe hacer una puesta en escena, conectar al espectador con lo que está viendo.

Un espectáculo, en definitiva, extraordinariamente coherente y alejado de cualquier localismo que, así como sedujo a los espectadores el día de su estreno, estamos seguros de que también lo hará en los días en que dure su representación en el Teatre Principal. Un espectáculo que era un reto para todos sus protagonistas y que han superado con creces.

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