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Crítica de cine

Mirlo blanco

La cordillera

La expresión mirlo blanco se refiere en política a los dirigentes que aparecen por sorpresa y con un pasado aparentemente limpio. La última película de Santiago Mitre ( Carancho, El estudiante) es política ficción de altos vuelos, como la popularizada en televisión recientemente, El ala oeste de la Casa Blanca o Borgen. Ricardo Darín encarna a un ficticio presidente de su país (inspirado sin rubor en el actual inquilino de la Casa Rosada o el francés Emmanuel Macron, más algún rasgo de los Kirchner) que acude a un hotel de lujo en los Andes para una cumbre de jefes de estado de países latinoamericanos.

El cogollo, el tema de la película, es recurrente en este género. Si los mirlos blancos existen realmente, o son aves comunes camufladas, corruptas o corruptibles, como los demás. Si tienen un pasado impoluto o si esconden esqueletos en el armario. Si son (categoría creada por el ajedrecista Kasparov) jugadores, luchadores o depredadores. La trama principal son los manejos entre bambalinas de la cumbre con trasfondo de fuertes intereses petroleros. La secundaria, los desequilibrios psicológicos de la hija del argentino, relacionados con los inicios de su carrera. La pregunta del millardo, blanco o negro, no se desvela al final. Muy lograda también la secuencia de la sesión de hipnosis terapéutica con el actor chileno Alfredo Castro. Sin rebosar originalidad, la película, el guión, el ritmo, las actuaciones, la banda sonora del español Alberto Iglesias, son firmes. Ricardo Darín se sale una vez más. Mitre logra sin embargo que ninguno de los secundarios se quede atrás, que lo arropen sin rendirse.

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