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Crítica

Sigue al payaso, Billy

Bill Skarsgard, el payaso psicópata.

itar a un colega es demasiado socorrido. En este caso, el resumen de Roger Salvans en Fotogramas es muy atinado: "Para entregados a la obra de Stephen King y nostálgicos de los sustos ochenteros". La primera parte de esa sentencia apenas necesita matices. King ha vendido más de 350 millones de libros, sobre todo historias de terror (como esta) o fantásticas; intercaladas con dramas muy interesantes como los que dieron pie a las películas Cadena perpetua, Misery o Cuenta conmigo.

La segunda adaptación de It, tras una miniserie televisiva de 1990, es pienso para sus seguidores más recalcitrantes. Va lanzando, como bolas de béisbol a un bateador, todas las convenciones del cine de terror: pueblecito modesto y algo aislado, casa encantada, psicópata disfrazado, poderes sobrenaturales, música redundante, zombies, tragedia pretérita, habitaciones y pasillos en penumbra, sótanos, pozo, red de cloacas, preadolescentes proactivos, hormonas incipientes, padres ausentes, hiperprotectores, abusadores o en babia. Y, la que más chirría a los agnósticos del género, un sentido muy peculiar de sentido común, la querencia por llamémosle una verosimilitud alternativa. Un sólo ejemplo (spoiler): la localidad sufre cada tres décadas una plaga de desapariciones, ¿las autoridades han sido incapaces de ligarlas? ¿Tienen que ser unos niños de trece años los que aten una serie de cabos más que evidentes? ¿Ni un solo adulto a tiro para ayudarles? En la acera positiva, y ahí se aprecia la habilidad de Stephen King, los niños, una banda de descastados, provocan mucha empatía. Y el payaso psicópata, el 'eso' del título, logra fascinar y asustar, magnificado por la expresividad y la mímica del actor Bill Skarsgard.

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